Para ayudarnos en la oración, os aconsejaría representarnos una imagen
del buen samaritano, apropiada, creo yo, a las lecturas de hoy. Así cuando la
imaginación se nos fuera, podríamos volver a la imagen y dejarnos interpelar
por ella. De lo visible llegamos a lo invisible, nos diría san Pablo en
Romanos.
Yo os propongo un lienzo muy conocido de la escuela holandesa, de 1647.
El salmo nos recuerda que es dichoso el que camina en la ley del Señor (Salmo
118). La ley se presenta como la voluntad de Dios que ordena
la vida del hombre. Del Deuteronomio, este libro que es el testamento de
Moisés, tomamos la primera lectura. Rn ella, el hombre se compromete a guardar todos
sus preceptos y, a cambio, Dios te elevará en gloria, nombre
y esplendor (Deuteronomio 26, 18-19). ¡Qué profundidad tienen
estas palabras, conociendo la vida de Moisés!
En estas primeras lecturas se manifiestan dos dimensiones del amor: del
hombre a Dios y de Dios al hombre. En el evangelio encontramos la
tercera dimensión, el complemento imprescindible: el amor de cada hombre hacia
su prójimo.
En esta lectura del nuevo testamento aparece definitivamente claro que el amor cristiano a los hombres no tiene ningún tipo de fronteras si quiere ser cristiano. Incluye al extranjero, al enemigo, al ateo. El texto de hoy y la parábola del buen samaritano son una explicación perfecta. En la parábola, el sacerdote y el levita creen cumplir su deber, prefiriendo su pureza a la ayuda al herido. Jesús, sin embargo, presenta como verdadero cumplidor a quien no pone límites a su amor, aquel buen samaritano.