Dios envió al pueblo de Israel profetas, jueces y reyes para que el
pueblo siguiera el camino de Dios y su alianza, pero no sirvió. A nosotros,
Dios nos envía buenos sacerdotes, buenos guías, un Movimiento entero para que
seamos santos, pero no nos sirve.
Dios envió entonces y nos envía ahora a su Hijo querido para explicarnos
todo bien, para decirnos que nos quiere, para decirnos cómo es el reino de los
cielos que él quiere (de los pobres, de los sencillos, de los humildes, de los
pequeños, etc.) y para decirnos que es posible la salvación… Y nosotros, ¿qué
haremos?
Los malos labradores de la parábola que hemos leído hoy lo mataron, los
sumos sacerdotes y fariseos lo mataron… ¿Y nosotros…? ¿Y yo?
¿Lo mataré no escuchándole más?, ¿lo mataré no dejándole entrar en mi
corazón?, ¿lo mataré no viviendo según su ley de amor?...
Y si no lo mato ¿aceptaré como José, el de la primera lectura, ser
vendido por sus hermanos, ser esclavizado, pasarlas canutas sin saber que ese
es el plan de Dios para más tarde salvar a su pueblo?
Desde luego, seguir a Jesús en cuaresma exige una verdadera clarificación de mi vida, una auténtica conversión. ¡Te lo pedimos a ti Madre de Jesús y Madre nuestra!