Hoy, cuarto domingo de Cuaresma. La Iglesia lo llama el “Domingo de la
alegría” porque al iniciar la Eucaristía nos recuerda al
profeta Isaías: “Alégrate, Jerusalén, reuníos todos los que la amáis, regocijaos los que
estuvisteis tristes…”.
En el primer libro de Samuel, se narra su llegada a casa de Jesé. Viene
para ungir entre sus hijos al futuro rey de Israel. El Señor dijo a Samuel:
“levántate y úngelo de parte del Señor, porque este es el elegido”. El profeta
unge a David, el hijo más pequeño, para pastorear al pueblo de
Israel.
En el Salmo 22 repetimos: “el Señor es mi
pastor, nada me falta… Me guía por el sendero justo…
Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y
tu cayado me sosiegan”.
El evangelio que nos propone hoy la liturgia hace presente uno de los
milagros más importantes del Evangelio de san Juan. “La curación
del ciego de nacimiento”.
Jesús le pregunta al ciego: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?”. Y
contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús, le dijo: “lo que
estás viendo: el que te está hablando ese es”. Él dijo: “Creo, Señor”.
En estos textos descubrimos las causas por la que se llama el “Domingo de la
Alegría”. Nos ayudan a vivir alegres, esperanzados y llenos de
confianza.
Pasemos a vivirlo en primera persona.
Dios se ha fijado en mí, como en David, por pequeño, por ser el último de
los hermanos.
En mi camino de cada día voy siempre acompañado por el buen Pastor, mi
Señor, aunque no me entere.
Estoy tan ciego, como el ciego de nacimiento, que me da miedo
encontrarme con la Luz de Cristo. Y él me dice: “Yo soy la luz del mundo… El
que me sigue no anda en tinieblas”. Sólo tengo que abrir los ojos para recobrar
la vista y la esperanza. Quiero encontrarme cara a cara con Jesús… Y termino.
Hoy celebramos a San José. Me gustaría pasar un rato en diálogo íntimo
contigo.
San José, ¿me puedes recordar algunos momentos de tu vida llenos de alegría sin límites, y otras situaciones de pruebas dolorosas?