“¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto
la falta del resto de tu heredad?”
¡Ninguno!
“Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura”.
¡Y nos has hecho a tu imagen y semejanza!
Cuántas veces no me ocurre que un amigo, un hermano, un hijo, un
compañero… En algún momento deja nuestra relación porque ahora quiere estar con
otros, porque no tiene tiempo para mí, porque tiene otros intereses, porque le
da por ver mis fallos…
Si fuera semejante a nuestro Padre, saldría todos los días a mirar, a
esperar su regreso. Y cuando volviera, no le “inflaría” a preguntas: ¿Por qué?
¿Cómo? ¿Dónde?, sino que se me deberían conmover las entrañas y, echando a
correr, me lo echaría al cuello y lo cubriría de besos.
¡Eso sería perdonar! Si lo hiciera como tú, ¡¡menuda experiencia!!
Ayúdame, Madre, a ser semejante a nuestro Padre en perdonar las ofensas que me hacen. Ayúdame a perdonar como tú también sabes hacerlo.
