1. “Vi agua que manaba del
templo, y habrá vida allí donde llegue el torrente…crecerá toda clase de
árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos” (Ez
47, 1-9. 12)
Avanzan los días de la Cuaresma, atravesamos como los israelitas un duro
desierto, acompañamos a Jesús en el seco arenal de la cuarentena en el que se
bate con el diablo. Polvo, sudor, cansancio, silencio, soledad… en el caminar.
Pero los cristianos como antes los judíos tenemos un por qué (llegar al Cielo,
la Cumbre, la Cima, la Luz, el Agua Viva) y con gozo asumimos un cómo (oración,
ayuno, limosna).
¡Qué bien sienta la ducha después del duro bregar en días de calor!
¡Cómo se agradece una bebida refrescante cuando la garganta se reseca!
Esa es nuestra esperanza, Cristo, templo que es fuente que mana y corre
aunque sea de noche.
2. El Señor del universo
está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Dios es nuestro refugio
y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. (Sal 45)
Como decía Benedicto XV ¡Con Cristo todo, sin Cristo nada! Saboreemos el
delicioso salmo y agradezcamos: “por eso no tememos aunque tiemble la tierra, y
los montes se desplomen en el mar… Un río y sus canales alegran la ciudad de
Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios
la socorre al despuntar la aurora… Gloria a ti, Señor, Hijo de Dios vivo. Oh
Dios, crea en mí un corazón puro; y devuélveme la alegría de tu
salvación.
3. Señor, no tengo a nadie
que me meta en la piscina cuando se remueve el agua». Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano
(Jn 5, 1)
Casi 40 años llevaba esperando el tullido en la piscina de Betesda y
nadie le ayudaba. Nuestra Humanidad con miles de años de trayectoria sigue
estrellándose en el odio y la muerte echando la culpa a los otros en el
infierno del egoísmo individualista.
Llega Jesús, lo ve, lo escucha, lo ama y “al momento” lo sana,
advirtiéndole que en adelante “no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Es el cambio de vida, la conversión, el camino de la santidad, la alegría de la
misión.
Por eso nos dice el evangelista que “se marchó aquel hombre y dijo a los
judíos que era Jesús quien lo había sanado”. ¿Y a nosotros, quién sino Él,
Cristo, nos ha sanado?
Gracias, Señor, ayúdame a tirarme a la piscina de lleno, a dejarme sanar por Ti con una buen a confesión, con un tiempo extra de oración, con un gesto de amor (ayuno de alimento, de internet; dar de mi tiempo) por Ti.