La Virgen María es Madre de Dios verdaderamente, pues el Hijo concebido en su seno es verdadero Dios y verdadero hombre (...)
El que nació de Dios nace ahora de María, nos dirá san Anselmo. Si creemos que la concepción del Hijo es virginal, entonces descubrimos que María es Madre mucho más plenamente. Jesús recibe su naturaleza humana íntegramente de María. El cuerpo del Hijo es sólo de la Madre. Luego esta Madre fue preparada por Dios pensando en el Hijo que nacería de Ella.
Acudamos a san Juan de Ávila (...): “Siempre fue María limpia y ajena de todo pecado; y así salió de aquellas limpias entrañas aquel limpio Jesucristo”.
Y este Niño, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre quiso abandonarse en manos de su Madre para ser moldeado por Ella conforme todo niño recibe de sus padres la educación.
Contemplando a su Madre –y no olvidemos a san José- el Niño recibía los gestos de delicadeza virginal, de ternura, de compasión, de bondad, reflejados en los Evangelios y que expresan la formación recibida. Los padres traspasan a los hijos los gestos de su amor.
El corazón humano de Jesús era todo de María. El Verbo de Dios quiso darse este corazón para sus sentimientos humanos, que en su caso –por ser también verdadero Dios- serían a la vez sentimientos divinos.
Este Niño Dios es a su vez nuestra Cabeza, pues en Él somos engendrados todos los miembros del Cuerpo Místico que es la Iglesia. Y si tal es la Cabeza, también los miembros debemos vivir en conformidad. Dejémonos llevar por tan buenísima Madre, y hacer y deshacer en nosotros por el Hijo, modelo y cabeza nuestro.
En fin, seamos por gracia lo que Jesús es por naturaleza: Hijo de Dios e Hijos de María. (*)
(*) Aguaviva, pp. 83-84 (Diciembre 1995)