Puntos de oración 18 mayo 2009.

Introducción: Mediado ya el mes de nuestra Señora, ponernos en presencia de Dios de la mano de la Virgen. Rezar muy despacio un Ave María o el Ángelus, pidiendo la gracia de la oración.

Saborear en la oración durante muchos días el eco de estas palabras impresionantes de Jesucristo, que la Iglesia nos ofrecía en el Evangelio del domingo: “Como el Padre me ha amado, así os amo yo. Permaneced en mi amor… Os digo esto para que vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15, 9ss).

Esta promesa de Cristo es impresionante: Somos amados con todo el amor de un Dios, cualitativa y cuantitativamente. Reflexionemos:

1. No es el amor de Cristo un amor humano cualquiera, aunque nos amó con corazón de hombre y padeció y murió por nosotros realmente, como un ser humano verdadero que era. El amor humano, aunque maravilloso si es verdadero, es muy limitado, pues está sometido a nuestra condición limitada temporal y espacial:

  • No amamos lo que no conocemos o lo que no existe. Antes de que existiéramos no nos amaba nadie.
  • Cuando existimos, amamos y nos aman algunas personas, pero con cuántas limitaciones de carácter, de sentimientos, de estados de ánimo… Y otras muchas no nos aman, aun en nuestra familia, grupos, iglesia.
  • Cuando desaparezcamos de este mundo, que será relativamente pronto, seremos olvidados irremisiblemente.

2. Pero el amor de Dios en Cristo no es así. El Corazón humano divino de Cristo sabe conjugar perfectamente el verbo amar en tres tiempos:

  • pasado: Me amó antes de que yo existiera. Por eso me creó. Si no me hubiera amado, más que me amaron mis padres, yo no existiría.
  • presente: Me ama ahora que existo, pero no porque exista ni por mis buenas obras. Me ama porque “Dios es amor” (1Jn, 4,16). Me ama esté como esté mi alma. Me ama con amor de predilección hacia los pecadores (le acusaron los fariseos de ser amigo de pecadores). Con su misericordia me fortalece y me restaura.
  • futuro: Me amará eternamente. Cuando todos se hayan olvidado de mí. Cuando las flores de mi tumba se hayan marchitado. Cuando mis cenizas sean dispersadas por el viento y no quede de mí ni el recuerdo… “Con misericordia eterna, te quiero” (Is, 54, 5).

3. “Creéis en Dios, creed también en mí…” (Jn 14, 1). Nos interesa mucho oír estas palabras en la oración de la boca del mismo Cristo, a través de su Evangelio. Son palabra de Dios.

Cuando a nuestro interior lleguen las voces de la desconfianza y del desaliento; cuando experimentemos la soledad, la persecución el abandono de los hombres, recordemos la palabra de Cristo: “Como el Padre me ha amado, así os amo yo. Permaneced en mi amor…” (Jn 15, 9 ss). Dios no puede amarnos de otra manera, ni dejar de amarnos como nos ha dicho, porque dejaría de ser Dios, lo que es imposible.

“Os digo esto para que vuestra alegría llegue a plenitud” (id.)

Que la Virgen Madre nos prepare el corazón para ese mes maravilloso de junio, que es el del Corazón Jesús.

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