9. Me llamarán bienaventurada todas las generaciones (Lc 1, 48)

¿Qué tiene la Virgen? ¿Qué tiene Santa María para que Pío XII dijese: “¿Quién podrá resistirse a la llamada de la Madre?” ¿Qué tiene esta humilde aldeanita de Nazaret que se ha atrevido un día a decir: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones”, y que hoy, al cabo de veinte siglos, estamos aquí (...) cumpliendo esa profecía, llamándola bienaventurada? (...) ¿Qué tiene esta Mujer para arrebatar así los corazones? Su maternidad divina.

La Virgen es la Madre de Dios, no porque Ella sea anterior a Dios, sino porque es la Madre del Verbo encarnado, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, persona divina. Como Madre de Dios y en orden a esa maternidad divina, María tiene todas las otras prerrogativas: Virgen antes, en y después del parto. Inmaculada desde el primer instante de su concepción. Madre de la Iglesia. Madre nuestra. Asunta al Cielo en cuerpo y alma. Medianera de todas las gracias (...)

Esta Señora –dice Juan de Ávila- ha tenido en su seno el misterio más grande y más profundo que podamos imaginar: la encarnación de Dios, la encarnación del Verbo (...) Ella ha sido el estuche en que se ha hecho la obra más grande que se ha podido hacer, porque, si en el primer “hágase” que dijo el Padre se hizo la creación –ese espectáculo ante el cual los astrónomos quedan deslumbrados-, en el “hágase de la Virgen se hizo una segunda creación, más maravillosa que la primera: el Verbo de Dios, que tomaba carne en las entrañas de la purísima Virgen para hacerse uno de nosotros.

Aquí está toda la grandiosidad de María. Por eso la queremos, por eso la ensalzamos, por eso los católicos la veneramos y la ponemos en su lugar. Siempre será insuficiente el cariño que derrochemos (*).

(*) Luces en la Noche, pp. 150-170. Vigilia de la Inmaculada en la Basílica de la Merced (7.12.1977)

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