14. María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2, 19)

Dios se hace hombre. Se encarna en un niño débil y pequeño. Es el Amor que se abaja para acercarnos a Él. Y elige a una Madre Virgen para que Ella nos dé al Hijo que se ha encarnado en sus entrañas maternales.

Contemplemos a la Virgen. ¡Miradla! Tan recogida, tan íntima. Absorbida a solas con su Dios. Lo lleva en su vientre. Le sobra todo lo demás. Se cumple en Ella la frase de san Agustín: “¿Qué te falta a ti, pobre, si tienes a Dios? ¿Qué tienes tú, rico, si te falta Dios?”.

Querido lector: Eres rico. Cuando se nos habla de riqueza en el Evangelio, no debemos pensar en los que tienen muchos bienes materiales. Piensa en que tú también tienes un tesoro que difundir. Tienes mucha riqueza que comunicar. Puedes ponerla al servicio de la Iglesia. En estos momentos el mundo es país de misión. Y el mundo entero está necesitado de misión.

El objetivo de esta misión es la conversión. Reconciliación con Dios primero. Así podremos, después, reconciliarnos con nuestros hermanos. Tras reconciliarnos con Dios no podremos quedarnos tranquilos en nuestra apatía. Saldremos dispuestos a difundir el Evangelio con la alegría de nuestras vidas, como salieron aquellos pastorcillos de la cueva de Belén.

Comenzaremos por hacernos santos en lo pequeño, sacrificándonos en las cosas ordinarias. Ésta es una santidad asequible a todos (...)

Vivimos agobiados por tanto ruido. Estamos necesitados de contemplación. Hoy el hombre huye de las ciudades buscando el silencio, la naturaleza, el aire puro no contaminado. Sólo le falta abismarse en Dios, embeberse, encontrar el alivio de su sed precisamente en Él (...)

En este encuentro es donde renacerá un mundo nuevo, porque la vida divina volverá a irrumpir otra vez sobre la tierra. Cuando Dios venga al corazón de cada hombre, cuando se reproduzca en nosotros una encarnación, cuando digamos como la Virgen: “Hágase” y permanezcamos firmes en el “estar” junto a la Cruz de cada día, entonces se realizará una nueva encarnación. Oremos mucho y ofrezcámonos para que así suceda”. (*)

(*) Aguaviva, pp. 256-257 (Diciembre 2000)

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