Jesús comienza su oración al Padre declarando que ha llegado "la hora" tan deseada, a la que tantas veces se ha referido en su vida (7, 30; 8, 20; 12, 23; 13s.) Se trata de la hora de su testimonio y de su muerte, del cumplimiento de toda la voluntad del Padre y de la salvación de los hombres. Su primera petición es para que el Padre convierta esta hora en la hora de su glorificación, pues la gloria del Hijo está unida a la glorificación del Padre (cf 11, 4; 13, 31).
La glorificación que desea Jesús no es más que la consecuencia lógica del poder que ha recibido "sobre toda carne" (es decir, sobre todos los hombres), al ser distinguido con la vocación mesiánica, Jesús ejerce este poder salvando a los hombres y dando la vida eterna a cuantos creen en él. Esta es su gloria y la del Padre.
Pero la salvación de los hombres y la vida eterna consisten precisamente en el reconocimiento de Dios y la aceptación de su enviado, Jesucristo.
El "hijo del hombre", esto es, el mismo Hijo de Dios hecho hombre, pide al Padre que se revele toda la gloria de la divinidad en su naturaleza humana, después de haber cumplido la obra que le encomendara (Cf. Lc 24, 26; Fil 2, 9-11).
Jesús dice de qué manera ha cumplido su obra en los discípulos y hace la presentación de éstos al Padre, de quien él los ha recibido (cf. 6, 37 y 44s.; 8, 47; 10, 2). Jesús ha llamado a estos discípulos y los ha sacado de un mundo incrédulo (cf. 1, 10), los ha elegido (cf. 15, 19) y les ha manifestado el nombre del Padre: quién es Dios y cómo quiere ser Dios para los hombres.
Les ha revelado el nombre del Padre en todas sus palabras y en todas sus obras, y el mismo Padre invisible se ha manifestado en el rostro de Jesús (12, 44s.; 14, 9). Y los discípulos han recibido la revelación de Dios por Jesús y en Jesús, han creído en Dios y en su enviado y permanecen en la fe.
Y hecha la presentación de los discípulos al Padre Jesús intercede expresamente por ellos en su oración. No va a pedir por el mundo incrédulo, sino por los que han creído. Jesús apoya su petición en tres puntos: los discípulos son también del Padre, pues de Él los ha recibido: ellos le han aceptado como enviado del Padre, y ahora van a quedarse solos en el mundo sin su presencia. Por eso los encomienda a la solicitud del Padre.
Para nuestra oración, gocemos de la presencia eucarística de Jesús. Es ahora su presencia entre nosotros en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Saboreemos sin prisa esta presencia de Cristo recitando con amor y fe sencillas oraciones, como el “Adoro Te devote” de Sto. Tomás de Aquino o la oración de San Ignacio de Loyola “Alma de Cristo...santifícame...”.
IDEAS DE ABELARDO PARA ESTAR CON MARÍA PREPARANDO PENTECOSTÉS:
Perseveraban unidos en la oración, con María, la Madre de Jesús (Act 1, 14)
Así que Jesús ascendió a la derecha del Padre, la Iglesia huérfana esperó el Consolador prometido. Y lo esperó apretándose al Corazón de la Madre. Y en oración incesante con Ella, se les dio el Espíritu Santo, Aquel de quien el Verbo se encarnó en María Virgen.
Hoy la Iglesia, tú y yo, hemos de volver a aquel Pentecostés inicial, para realizar la venida que el Espíritu Santo quiere hacer [hoy].
La gravedad de los tiempos actuales no se le oculta a nadie que no esté ciego (...) La mano de Dios no va a estar abreviada, pero nosotros hemos de colaborar haciéndonos esencialmente evangélicos, es decir pequeños, niños que permitan a la Virgen desarrollar toda su fortaleza y ternura maternal. El mundo conocerá entonces la omnipotencia de la Esclava del Señor. Ella hará de cada hijo, que filialmente se abandona a su acción maternal, otro Cristo. Testigos vivos del Evangelio. Corazones a través de los cuales se perciban los latidos de amor del Corazón de Jesús y del Corazón de la Virgen. El mismo Cristo que se encarnó del Espíritu Santo en María Virgen, se hará presente en ti, criatura débil e insignificante, porque es en la debilidad donde culmina su poder.
REVISTA ESTAR Agua viva, p. 67 (Octubre 1987)