Isabel vio lo que ni el mismo san José descubrió. El embarazo de la Virgen anunciaba su maternidad divina y virginal. Y cantó con el júbilo de su hijo, que saltaba de gozo en sus entrañas.
La Virgen María entonó su Magnificat. Y en aquellos cantos glorificaron a Dios, que hace maravillas con los pequeños y despide a los que se engríen en dones que no son suyos.
La lección para nosotros es que agradezcamos los dones que se nos hacen, las gracias de Dios que recibimos. Porque si no agradecemos lo que se nos da, ¿cómo agradeceremos lo que Dios da a los otros?
Veamos las grandes misericordias de Dios, y en especial con los que nos rodean. Y no miremos sus defectos, sino sus virtudes. Siempre encontraremos manchas, y aun borrones. Tanto en nosotros como en los prójimos. Pero quedémonos con las virtudes. Descubramos también las gracias de Dios que recibimos de su infinito amor.
Quedaremos asombrados y se ensancharán nuestras almas. (*)
(*) Aguaviva, pp. 59-60 (Junio 1996)