Comenzamos la oración sintonizando con el espíritu del Adviento: ¡Ven, Señor Jesús! Esta tercera semana de adviento tiene la nota de la alegría, pues “el Señor está cerca”. Me alegro en mi corazón porque viene mi Salvador. “¡Estad siempre alegres!”, nos decía San Pablo este domingo.
La Palabra de Dios en este día nos aporta motivos de esperanza y de alegría:
- Aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas… Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. Alguien ha dicho que un profeta no es el que se queda mirando hacia el lugar por donde se ha puesto el sol sino el que mira hacia el lugar por donde va a salir de nuevo. El Señor nos invita a dejar atrás nuestras rebeliones, nuestras protestas y caminos desviados. Quiere regalarnos un corazón humilde y nuevo ¿Cómo? Cuando contemplemos a Dios hecho niño, a la Palabra sin palabras, a la riqueza hecha pobreza en un pesebre, aprenderemos a ser niños y a confiar. “Dios, niño para mí; yo, niño para Dios”, así sintetizaba el P. Tomás Morales el misterio de la navidad. La alegría renace en nuestra vida cuando nos unimos al Corazón de Jesús, manso y humilde, y nos sentimos hijos de Dios, niños para Dios.
- Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha. Otro motivo de esperanza. Dios no desoye nuestras súplicas hechas en la aflicción. Tiene un corazón de Padre con el que me puedo desahogar. Si permite que sufra, es para mostrarse más Padre aún. Que los humildes lo escuchen y se alegren.
- El evangelio nos presenta un signo de esperanza: la conversión de los pecadores. En tiempos de Jesús, quienes se abrieron al mensaje del evangelio y le recibieron a él fueron los pecadores, esos que habían dicho que no iban a trabajar en la viña del Padre y luego fueron. Se quedaron fuera los fariseos que no entendieron la misericordia de Jesús ni se convirtieron cuando vieron a publicanos como Mateo o Zaqueo, o pecadoras como la Magdalena, cambiar de vida. Hoy la gracia de Dios sigue actuando, más cerca de lo que pensamos. Un joven manifestó en la reunión final de la última tanda de Ejercicios espirituales, que había vivido lejos de Dios, sin confesarse desde su primera Comunión, y cómo esos días le habían hecho recapacitar. Tengamos esperanza en que Dios puede cambiar el corazón y la vida de los hombres. Ofrezcámonos por ello, como el P. Eduardo Laforet, diciendo ante cada pequeña cruz de este día: “Jesús, es por tu amor”. Hoy puedo ser misionero de la alegría del evangelio con el testimonio de mi vida o de mi palabra, con un gesto silencioso de caridad, con mi sonrisa o con mi cruz.
¡Voy, Señor! Salimos de la oración de este día dispuestos a trabajar en la viña del Señor, preparando sus caminos para que la luz de la Navidad ilumine tantas tinieblas que envuelven nuestra sociedad y nuestro mundo ¡Ven, Señor Jesús!