Ayer hemos celebrado el Nacimiento del Señor y hoy la liturgia nos propone la fiesta de San Esteban, el primero que dio su vida por ese Niño que acaba de nacer. La Iglesia nos quiere recordar que la Cruz está siempre muy cerca de Jesús y de sus seguidores. En el camino hacia la santidad el seguidor de Cristo se encuentra con situaciones difíciles y ataques de los enemigos de Cristo y de los cristianos: Si el mundo os odia, sabed que antes me ha odiado a mí... (Juan 15, 18-20). La sangre de Esteban (Hechos 7, 54-60), derramada por Cristo, fue la primera, y ya no ha cesado hasta nuestros días (el siglo XX ha sido denominado como "el siglo de los mártires"). Cuando Pablo llegó a Roma, los cristianos ya eran conocidos por el signo inconfundible de la Cruz y de la contradicción. Por eso no nos debe extrañar si en nuestro andar hacia la santidad hemos de sufrir alguna tribulación, por ser fieles a nuestro camino en un mundo con tintes y costumbres paganas. Dios siempre nos ayudará con Su gracia: En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: Yo he vencido al mundo (Juan 16, 33).
La persecución contra Cristo y los suyos tiene muchas formas: la violencia física, atacar los derechos más elementales, campañas dirigidas para minar su fe, dificultades para educar cristianamente a sus hijos, privarles de las justas oportunidades profesionales, la persecución solapada con ironía por ridiculizar los valores cristianos, presión ambiental que amedrenta a los más débiles, calumnia y maledicencia. Más doloroso es cuando la persecución viene de los propios hermanos en la fe movidos por envidias, celotipias y faltas de rectitud de intención. Cuando estas contradicciones las sobrellevamos junto al Señor en el Sagrario adquirimos fecundidad en el apostolado, y saldremos de esas pruebas con el alma más humilde y purificada.
A pesar de todos los locos que han intentado destruir la Iglesia, a lo largo de la historia, al final (dicho con fino humor) "la Iglesia siempre asiste al funeral de sus enterradores".
"No os preocupéis"..."el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros"... esta es una promesa de Jesús que nos llena de paz, de gozo interior, de seguridad, de esperanza, de alegría. Nosotros sabemos que Dios nos da su fuerza y que no depende de nuestra virtud o de nuestra perfección. ¡Dios Espíritu Santo, ven, ilumínanos, fortalécenos, consuélanos...danos tus siete sagrados dones...danos dichoso tránsito... danos eterno gozo! Amén. Aleluya.
¡Oh Dios, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión materna de la que nos ha dado a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida! Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.