Comenzando la oración:
Estos días de la octava de Navidad se prestan a una oración contemplativa, pues ante el misterio de Dios hecho niño en Belén sólo cabe una actitud del corazón: asombro, adoración, embeleso ante el pesebre donde duerme Jesús. Así lo han vivido nuestros hermanos los santos, como Santa Clara de Asís: "¡Oh, admirable humildad, oh asombrosa pobreza: el Rey de los ángeles, Señor del cielo y de la tierra, reclinado en un pesebre!".
Puntos de oración:
El evangelio de este día nos habla del encuentro del Niño Dios con el anciano Simeón: "Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos". Nuestra oración hoy ha de ser coger en nuestros brazos a Jesús como Simeón y bendecir a Dios con las palabras de fe que nos salgan del corazón. Simeón le llamó "luz de las naciones", de todos los pueblos, de todos los hombres. Tengo entre mis brazos al que es la luz del mundo que disipa las tinieblas. Seguramente en mi mente y en mi corazón hay tinieblas: egoísmos, desesperanzas, rencores. Jesús es mi luz, que cura mis cegueras. ¿Cuál es su luz? Es la luz del amor. Así nos lo dice la primera lectura del apóstol San Juan:
"Las tinieblas pasan y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza". La luz que trae Jesús a la tierra es la luz del amor, de la caridad que hace hermanos a los hombres, hijos de un mismo Padre de los cielos. Un cristiano no tiene otras armas que las de la verdad y del amor para luchar contra las tinieblas del mal.
A veces podemos experimentar en nuestra propia carne la injusticia, la mentira, el rechazo… Jesús no asegura a sus seguidores un camino de rosas: Él recorrió el camino de la pobreza y de la cruz. A María, Simeón le anunció una espada de dolor en el alma. Pidamos que en estas situaciones no se nos endurezca el corazón, sino que sepamos poner la luz del amor y del perdón, la luz de la Navidad.
"Alégrese el cielo, goce la tierra". Dios está entre nosotros. El cielo y la tierra se han unido; el hombre y Dios, separados por el pecado, se han vuelto a unir en el Verbo encarnado. La gloria de Dios habita en la tierra y la paz, que nunca hemos de perder, reina en los hombres que Dios ama.
Concluimos nuestra oración dirigiéndonos a la Virgen María con palabras de la oración con la que el Papa finaliza su encíclica de la esperanza: "Santa María, Tú fuiste una de aquellas almas humildes que, como Simeón, esperabas el consuelo de Israel. Tú cantas en el Magnificat las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia. Tú aceptaste la promesa de Dios cuando te dijo por el ángel que darías a luz a Aquél que es la esperanza de Israel y del mundo- en Ti se hizo carne la esperanza de la humanidad, en Ti entró el amor de Dios hecho carne en el mundo y en la historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho: Sí; aquí está la esclava del Señor".
Concluimos nuestra oración dirigiéndonos a la Virgen María con palabras de la oración con la que el Papa finaliza su encíclica de la esperanza: "Santa María, Tú fuiste una de aquellas almas humildes que, como Simeón, esperabas el consuelo de Israel. Tú cantas en el Magnificat las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia. Tú aceptaste la promesa de Dios cuando te dijo por el ángel que darías a luz a Aquél que es la esperanza de Israel y del mundo- en Ti se hizo carne la esperanza de la humanidad, en Ti entró el amor de Dios hecho carne en el mundo y en la historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho: Sí; aquí está la esclava del Señor".