11 abril 2010, 2º Domingo de Pascua, de la Divina Misericordia – Puntos de oración

“AQUÍ ESTAN MIS MANOS”, tal es el texto que acabamos de leer en el Evangelio de hoy. Jesús presenta sus manos abiertas, -doblemente abiertas, en el gesto y en sus llagas-, no sólo a Tomás, el discípulo incrédulo, sino también a cada uno de nosotros. Abiertas para acoger, para suplicar (¡Él que todo lo posee!), para atraer. Pero sobre todo manos abiertas, agujereadas, para invitarnos a imitarle. Manos vacías. ¿Cómo no traer a nuestra oración de este día la espiritualidad de Abelardo?

Primero, mirando a las manos de Jesús, iremos meditando cada estrofa de su canción “Manos de Dios poderosas”. ¿Recordamos?

Manos de Dios poderosas,

manos que todo lo crean

y en mi nada se recrean,

manos de un Dios que es Amor.

Manos que en suaves caricias

del dolor hacen delicias,

manos por mi amor clavadas,

y en una cruz traspasadas.

Manos de Amor extendidas,

pagas deudas de pecado

con sangre de tus heridas

y limpias lo que he manchado.

Toma ahora las manos mías

y transfórmalas en tuyas,

clávalas para el pecado

y llágalas para amar.

Mi dolor suavice penas

y mis manos queden llenas,

y mis manos queden llenas

del dolor de los demás.

Manos que ya no son mías,

sino tuyas, mí Señor.

Son manos para dar vida

moviéndolas Tú y no yo.

Manos de Dios poderosas,

manos que todo lo crean

y en mi nada se recrean,

manos de un Dios que es Amor.

Después, en un segundo momento, mirando a nuestras manos, haremos oración sobre su canción “Manos vacías”:

Dios de mis manos vacías,

que de nada me creaste,

y eternamente me amaste

aun cuando yo no existía.

Antes de que yo naciera,

esperanzas te infundiera

que con amor pagaría

el amor que en mí pusieras.

Mas el pago que te di

fue el de mis manos vacías,

mas el pago que te di

fue el de mis manos vacías.

No por eso te rendiste.

De más gracias me colmaste,

y nuevamente vacías

las manos en mí encontraste.

Mas tu Amor, que nunca acaba,

nuevas gracias concebía

y al fin venciste, Señor,

y al fin venciste, Señor.

Pues en mis manos vacías

puse tu propio dolor,

mis miserias y mi nada,

y Tú pusiste tus 1lagas.

Manos así transformadas

colman todo de Tu amor;

ya no las tengo vacías

las ha llenado mi Dios.

Y acabamos nuestra oración. Observo mis manos. Estas manos pueden ser orantes, dar misericordia, ser enérgicas, sensibles, amorosas. Sí, parecen mis manos, pero Jesús quiere usarlas y son, en realidad, suyas. Observa tus manos. También pueden ser orantes, enérgicas, sensibles, amorosas y, si tú lo permitieras, podrían regalar al mundo bendiciones y misericordia. Sí, también son tuyas, pero Jesús las quiere suyas. ¡Cuántas manos podría tener Jesús hoy si se las entregáramos! Las manos de Jesús, las tuyas -tú que lees- y las mías -yo que escribo. Nuestras manos. Las manos de Jesús.

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