1. Ya llegamos a la Semana más santa de todas las semanas.
Os aconsejo que tengáis las lecturas del Triduo Pascual y las leáis y releáis para vivir de lleno la liturgia. La antífona de entrada nos alerta a “gloriarnos en la cruz de Cristo, nuestra salvación, vida y resurrección”. La oración colecta pide “alcanzar plenitud de amor y de vida”. De esto se trata: no de escuchar pasivamente sino de VIVIR activamente, como protagonistas.
2. Cordero de Dios que quitas mi pecado, ten piedad y misericordia de mí.
Si me dejo limpiar como los israelitas en Egipto (Ex 12, 1-8), el Cordero de Dios quitará el pecado del mundo, tendrá piedad de nosotros y nos dará la paz.
3. ¡Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava, rompiste mis cadenas! (Salmo 115)
Aquí está la verdadera liberación: hacerse esclavo del Esclavo por amor.
4. “Cada vez que coméis de este pan y beben de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11)
5. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como Yo os he amado (Jn 13, 34)
Siempre me gusta quedarme con las palabras “COMO YO”, hasta dar la vida, hasta que duela, como dice el evangelio de Juan “hasta el extremo”.
6. “Si Yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros” (Jn 13, 14)
Si no vives para servir, no sirves para vivir. ¡En todo amar y servir!
7. La Última Cena de Jesús. La institución de la Eucaristía y el orden sacerdotal. El mandato del Señor sobre la caridad fraterna.
Muchos estaremos participando de las Jornadas de Oración y Estudio de Semana Santa con otros militantes. Recordamos la fuerza con que nos hablaba nuestro Director Abelardo de Armas y que transparentaba su amor apasionado por Cristo en la cruz, en el sagrario, en los jóvenes, en los que sufren, en nuestro corazón. Sus palabras las pronunció en una de las Vigilias de la Inmaculada. Que Ella, María, Mater Dolorosa, nos dé sus ojos, sus oídos, su corazón para acompañar a Jesús:
Tenemos que recibir la fuerza que nos falta en la fracción del pan, en la Eucaristía. Lo mismo que comemos cada día para alimentar nuestro cuerpo dándole sustancia física, tenemos que recibir la vida del Espíritu en la comunión. Si no lo hacemos, iremos perdiendo la ilusión de día en día, porque necesitamos no solamente tener la vida divina, sino una fuerza para defenderla combatiendo; y esa fuerza nos la da la Eucaristía, pan amasado de la sangre de la Santísima Virgen, pan candeal de los escogidos, que diría Ignacio de Antioquía.
¡Amemos entrañablemente a Jesús! ¡Amémosle con locura! Arrodillémonos más: Menos horas de televisión y más horas de sagrario. Amemos a este Jesús que clama desde los sagrarios, abandonado en el olvido. Le hemos despreciado. Le hemos dado la espalda. Y, sin embargo, El nos ama y sigue clavado en la cruz, en la Eucaristía, no para que convirtamos las iglesias en centros de diversión folklórica, sino en lugares serios de reverencia, de amor de Dios.
¡Amemos a Jesús! Amémosle apasionadamente. Primero a El personalmente, y luego, con su fuerza, amémosle en los hermanos: los hombres que tenemos a nuestro alrededor.