Al igual que Yahvé dijo a Moisés en el episodio de la zarza ardiente: “descálzate porque el lugar que pisas es santo” así nosotros, en esta semana, en este día que vamos a comenzar tenemos que “descalzarnos” porque la semana en la que estamos es santa. ¿Y qué significa para nosotros “descalzarnos”? Descalzarse implica desprenderse de comodidades, de aquellas cosas que me hacen la vida más cómoda y confortable, de aquellas que me hacen ir más seguro. Descalzarse en estos días también supone renunciar a pasatiempos (cine, TV, DVD, cenas, fiestas, etc.) que me pueden distraer del acontecimiento que se avecina.
En el evangelio de hoy vemos a un Jesús profundamente conmovido que nos conoce perfectamente y que conoce nuestros pecados, nuestros apegos, pasiones y demás miserias que se nos pegan a lo largo del camino y que nos impiden andar con libertad tras Él. Por eso nos dice: “Lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: Donde yo voy, vosotros no podéis ir”. Es decir, Jesús sabe que los que le seguimos no somos mejores que los demás, no somos superiores, no tenemos una pasta de mayor calidad. Tampoco nosotros, a pesar de lo que a veces pensamos secretamente, estamos a la altura de las circunstancias solo por el mero hecho de decirnos cristianos.
Ante la pregunta de Pedro: ¿Señor a dónde vas? Jesús le responde: “Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde” Pedro replicó: “Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Y Jesús no responde a esta pregunta directamente, seguramente porque Pedro tampoco la habría entendido. Pedro, al igual que los otros, no podía acompañarle porque su fe no estaba todavía suficientemente madura, porque le faltaba humildad. Por eso no podía acompañar al más humilde de los hombres a aquel que, siendo Dios, se hizo siervo, a aquel que se anonadó. Pero le dice también que más tarde, cuando se haya caído de su orgullo, cuando esté maduro en la fe, le acompañará.
Dice San León Magno que, más tarde, el Señor miró a Pedro ante las calumnias de los sacerdotes, las mentiras de los testigos, las injurias de los que lo golpeaban y abofeteaban en el patio de la casa de Caifás. Y que fue allí cuando la Verdad lo penetró con su mirada, justo allí donde su corazón tenía necesidad de curación. Afirma que Pedro fue el primero en hacer la experiencia de lo provechosa que ha sido para los creyentes esta humildad.
Después de pasada la Cuaresma también nosotros constatamos con vergüenza que no estamos preparados para seguir a Jesús en su Pasión. Que nos falta preparación espiritual, nos falta peso y madurez en la fe. Pero el Señor ya lo sabía y no por eso nos rechaza. Ahora nos dice a nosotros como les dijo a los apóstoles: “subamos a Jerusalén”. Sí Señor, déjame subir contigo aunque no sea capaz de llegar hasta el final, aunque me paralice el miedo o me invada el sueño. En estos días de tu Pasión déjame ir junto a Ti, para que si mi superficialidad, mi miedo o mi orgullo, me hacen incapaz de acompañarte hasta el calvario, por lo menos que pueda refugiarme bajo el manto de tu bendita Madre.