Comenzando la oración: Dos pensamientos del Santo Cura de Ars nos ayudan a comenzar nuestra oración. El primero nos hace caer en la cuenta de la necesidad de la oración: “El hombre es tan grande que nada le puede satisfacer sobre la tierra: sólo cuando se dirige a Dios puede estar contento… Sacad a un pez del agua y ya no vivirá. Así es el hombre sin Dios”. El segundo, nos indica cómo hemos de orar, orientados hacia la presencia de Cristo glorioso y resucitado, siempre vivo en
Puntos de oración
“El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio”. Con estas palabras que Jesús dice a Nicodemo, el Señor está indicando que Él es testigo del Padre, de lo que ha visto y oído en la intimidad de la vida trinitaria antes de encarnarse y hacerse hombre. El misterio oculto de Dios, invisible a los ojos del hombre, se ha hecho visible en Jesús:
“Nadie acepta su testimonio… el que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida”. Jesús experimentó el rechazo: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Los apóstoles corren la misma suerte de Jesús: “¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése?... y decidieron acabar con ellos”. Es la misma prohibición que pesa hoy de forma tácita sobre los cristianos, pero como Pedro y los apóstoles no podemos callar lo que hemos visto y oído. Si estamos llenos de tierra, absorbidos por las cosas terrenales, saciados de lo material, hablaremos de la tierra; pero si nuestro corazón está lleno de Dios, si nos sumergimos en la oración, daremos testimonio del amor que Dios derrama en nuestras vidas: “¡Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
“El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano”. El Padre ha glorificado a Jesús resucitándolo de la muerte y le ha dado poder sobre toda carne. Es un poder para dar vida eterna a todo el que cree en Él. En nuestra oración de hoy pongamos nuestra vida en las manos de Jesús. Contemplémosle lleno de gloria, dando vida eterna a todo lo que está en sus manos. Pongamos en su Corazón vivo todas aquellas situaciones nuestras o de los hombres que necesitan del poder de su resurrección: este problema, aquel drama o enfermedad, esas miserias o limitaciones que nos aquejan. Confiemos en Aquel que da el Espíritu Santo sin medida a los que le obedecen y lo esperan todo de su amor.
Concluyendo la oración: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. A lo largo de esta jornada, estar atento a la voz de Dios. Él concede la fuerza de su Espíritu para hacer su voluntad. No tengamos miedo a nada.