¿También vosotros queréis marcharos?... ¡Señor, ¿a quién vamos a acudir?!
Hoy Jesús nos abre su interior. Nos muestra el sufrimiento que siente a causa de las huidas de los suyos –de nuestras huidas-, y nos interpela en la oración. Busca nuestra respuesta. Mirémosle cara a cara, y hablémosle de corazón a corazón.
1) “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” Asistimos hoy al triste espectáculo del “deporte” más practicado por los enemigos de
2) “Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. El paso que da el discípulo después de la crítica es “echarse atrás”, renunciar al estilo de vida bebido al contacto con Jesús, acogido al descubrir su cercanía -como los dos de Emaús-, al escuchar su voz y ser encandilados por su palabra y por su figura entera; al reconocerle en la fracción del pan de
Y tras los escalones de la crítica y del echarse atrás en el estilo de vida, llega al escalón más peligroso: dejar a Jesús y a
3) “¿También vosotros queréis marcharos?” Jesús no es indiferente ni a las críticas ni a las “rapiñas en el holocausto” de la propia vida, ni a las huidas de los suyos. A Jesús le duelen los pasos que damos para irnos alejando poco a poco de él. Escuchemos dirigida a nosotros esta pregunta directa de Jesús.
4) “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Digámosle al Señor con todo el corazón: “Señor: nadie me ha amado como Tú. Nadie me ha elegido, sino Tú. Tú eres mi vida, mi Dios y mi todo. Sin Ti mi vida no vale nada. Termina siendo carroña, de tanto consumir carroña. Porque sin Ti todo termina en la muerte ¡Sólo Tú tienes palabras de vida, y de vida eterna!
Oración final: Madre nuestra Santa María: enséñame a decir “sí” al Señor, como Tú. Con todo el corazón, con toda mi mente, con todas mis fuerzas. Enséñame a desterrar la crítica de mis labios, y sobre todo, de mi corazón. Ayúdame a no echarme para atrás, a ser fiel al estilo de vida del Evangelio ¡soy tan débil y tan miope! Y sobre todo, no dejes que me aleje de Jesús. Que no se enfríen ni mi fe ni mi amor. Mantennos a todos apiñados, bajo tu manto, junto al Señor.