Puntos para la oración 31 marzo 2010, Miércoles Santo

Podemos empezar nuestro rato de oración, después de un buen ofrecimiento de obras rezando despacio la oración de san Ignacio Anima Christi:

Alma de Cristo santifícame...

Pasión de Cristo confórtame...

No permitas que me aparte de ti...

Del Maligno enemigo defiéndeme...

Cada una de sus peticiones tiene su significado, pero estas que destaco vienen muy bien para la meditación de hoy. Seguimos entrando en la profundidad de la Semana Santa, que en realidad es en la profundidad, en el abismo de la pasión de Cristo. El viernes culminará con su muerte en la Cruz, verdadero pozo sin fondo del sufrimiento humano y de la misericordia divina.

¡Alma de Cristo santifícame! Que esta meditación me abra las ganas de ser santo.

Hoy miércoles nos encontramos con dos lecturas que se complementan para hacernos entender el sufrimiento del Corazón de Cristo. En la primera lectura, se toma del libro de Isaías la profecía que nos cuenta los horrores de los sufrimientos físicos que pasará Jesús: flagelación, insultos, salivazos... hasta dejar un Cristo roto y feo. En la lectura del Evangelio se nos muestra el sufrimiento moral: la traición del amigo... hasta dejar a un Cristo abandonado y triste.

¡No permitas que me aparte de ti! Que no sea yo un traidor.

La traición del amigo. Sólo se comprende cuando se pasa. Es un dolor profundo, que se agarra al estómago y le deja a uno sin ganas de comer, que se agarra a la mente y le deja a uno sin capacidad de dormir, que se agarra al corazón y le deja a uno sin ganas de volver a amar. Mucho hemos meditado en los dolores físicos del Señor, quizá menos en sus dolores morales. No se trata tanto de horrorizarse con un hecho humano y sabiendo que el diablo anda suelto en el mundo, sino de sentirse comprendido y de compadecerse.

¡Del Maligno enemigo defiéndeme! En ti encuentro la fuerza, Señor

Sentirse comprendido por quien ha pasado también por esto. No vino Cristo a la tierra a hacer una redención de gabinete o virtual. Pasó por lo mismo que nosotros. Ahora sabemos que Dios comparte nuestros sufrimientos, también los morales.

Compadecerse. Querer estar con el Señor que sufre por mí. La redención es por mí, por mis pecados, por mis olvidos, por mis omisiones, por mis traiciones. Que nos compadezcamos de él. Que velemos estos días al menos una hora como les pidió a sus discípulos predilectos. ¿Seremos capaces, ahora que estamos de vacaciones, de estar una hora al día con este Cristo roto y abandonado... compadeciéndole, consolándole, acompañándole en esta hora oscura de la historia de la humanidad?

¡Pasión de Cristo confórtame! Y que yo te conforte a ti, Señor.

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