“Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente podemos llamar ya Padre nuestro, haz crecer en nuestros corazones el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos gozar, un día, de la herencia que nos has prometido. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”
El Evangelio de hoy nos trae una parte de la conversación de Jesús con Nicodemo. Este hombre, Nicodemo, representa al grupo de los judíos que eran piadosos y sinceros, pero que no llegaban a entender todo lo que Jesús hacía y hablaba. Nicodemo había oído hablar de señales, de las cosas maravillosas que Jesús hacía y quedó impresionado. Él quiere conversar con Jesús para poder entender mejor. Era una persona cultivada que pensaba entender las cosas de Dios. Jesús hace percibir a Nicodemo que la única manera que alguien tiene para poder entender las cosas de Dios es ¡nacer de nuevo! "Tienes que nacer de nuevo!" Para que Nicodemo pueda percibir el Reino presente en Jesús, el tendrá que percibir el Reino presente en Jesús, tendrá que nacer de nuevo, de lo alto. Aquel que trata de comprender a Jesús sólo a partir de sus propios argumentos, no consigue entenderlo. Jesús es más grande.
Jesús explica lo que quiere decir nacer de lo alto, o nacer de nuevo y "nacer del agua y del Espíritu". Aquí tenemos una alusión muy clara al bautismo. A través de la conversación de Jesús con Nicodemo, el evangelista nos invita a hacer una revisión de nuestro bautismo. Agradezcamos a Dios pertenecer a
A lo largo de los siglos, creció la esperanza de que el Espíritu de Dios orientara al Mesías en la realización del proyecto de Dios (Is 11,1-9) y bajara sobre todo el pueblo de Dios (Ez 36,27; 39,29; Is 32,15; 44,3). La gran promesa del Espíritu se manifiesta de muchas formas en los profetas del exilio: la visión de los huesos secos, resucitados por la fuerza del Espíritu de Dios (Ez 37,1-14); la efusión del Espíritu de Dios sobre todo el pueblo (Jl 3,1-5); la visión del Mesías-Siervo que será ungido por el Espíritu para establecer el derecho en la tierra y anunciar
El evangelio de Juan usa muchas imágenes y símbolos para significar la acción del Espíritu. Como en la creación (Gén 1,1), así el Espíritu desciende sobre Jesús "como una paloma, venida del cielo” (Jn 1,32). ¡Es el comienzo de la nueva creación! Jesús habla las palabras de Dios y nos comunica al Espíritu sin medida (Jn 3,34). Sus palabras son Espíritu y vida (Jn 6,63). Cuando Jesús se despide, dice que enviará a otro consolador, a otro defensor, para que quede con nosotros. Es el Espíritu Santo (Jn 14,16-17). A través de su pasión, muerte y resurrección, Jesús conquistó el don del Espíritu para nosotros. A través del bautismo todos nosotros recibimos este mismo Espíritu de Jesús (Jn 1,33). Cuando apareció a los apóstoles, sopló sobre ellos y dijo: "¡Recibid al Espíritu Santo!" (Jn 20,22). El Espíritu es como el agua que brota desde el interior de las personas que creen en Jesús (Jo 7,37-39; 4,14). El primer efecto de la acción del Espíritu en nosotros es la reconciliación: " A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” (Jn 20,23). El Espíritu se nos da para que podamos recordar y entender el significado pleno de las palabras de Jesús (Jn 14,26; 16,12-13). Animados por el Espíritu de Jesús, podemos adorar a Dios en cualquier lugar (Jn 4,23-24). Aquí se realiza la libertad del Espíritu del que nos habla San Pablo: "Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2Cor 3,17).
Oración final: “Señor, Dios nuestro, que colmaste de los dones del Espíritu Santo a