Hay en las lecturas de este día una frase que me ha impactado. Posiblemente no sea la más importantes, ni la principal del texto, pero quizás es por eso por lo que me ha llamado la atención, porque veo que en la frase aparentemente menos importante, más sencilla y secundaria, el Señor también nos está diciendo algo.
De la segunda lectura la frase que me impactó es la que dice: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Así comienzan las palabras de Jesús. En un tiempo de ansiedad y zozobras como el que vivimos, el Señor nos sale al paso diciendo que no tiemble nuestro corazón.
A los estudiantes que empiezan su época de exámenes, el Señor les dice: “Que no tiemble vuestro corazón”.
A los que se ven agobiados por la crisis económica y el paro, el Señor les dice: “Que no tiemble vuestro corazón”.
A los que no le ven salida a un conflicto matrimonial, el Señor les dice: “Que no tiemble vuestro corazón”.
A los que se ven aplastados por la enfermedad, el Señor les dice: “Que no tiemble vuestro corazón”.
Y, ¿cómo hacer para que no tiemble nuestro corazón Señor? Creed en Dios y creed también en mí -nos contestará- y así viviréis en la paz que transmite Cristo resucitado. En muchas ocasiones temblamos y nos asustamos ante los acontecimientos adversos de la vida por nuestra poca fe. En definitiva es un problema de confianza, de fiarse de Dios. En alguna ocasión he comentado en público que, a medida que pasan lo años… ¡vivo menos de fe!. Ante la expresión de desconcierto de los que me escuchan tengo que explicarme mejor. Quiero decir con esto que según van pasando los años, miro para atrás y veo que me vida está tachonada de acontecimientos o hechos concretos del amor de Dios. Quizás no grandes cosas pero sí hechos constatables con día y hora concretos. A medida que pasan los años mi experiencia del amor de Dios ha ido aumentando de tal modo que no es la fe la que me hace confiar en El, sino el recuerdo de los hechos pasados, la memoria de su Amor. “Haz conmigo siempre Señor como sabes y quieres porque no puedo dudar que me amas” dice la canción. Ya no, Señor, ya no puedo dudar de Tu amor, ¡me lo has demostrado tantas veces!
El problema es que no siempre nos enteramos del amor infinito con el que el Señor guía nuestros pasos. Y esto nos pasa porque quizás no nos hemos dejado sorprender por el Señor. A menudo preferimos la seguridad de nuestros raquíticos planteamientos al vértigo de dejarse llevar por los planes del Otro. Y a veces hay que atreverse a poner a Dios en un compromiso, a “obligarle” a demostrarnos su amor. Como hizo María en las bodas de Caná; que se acercó a su Hijo a decirle que no tenían vino y a continuación les dijo a los criados: “haced lo que El os diga” adelantándose a la hora prevista por Jesús para empezar a manifestarse. María le forzó a “mojarse” (por decirlo de alguna manera) a implicarse en la vida cotidiana de aquella joven pareja de Galilea. No tuvo miedo de quedar en ridículo, de ser tachada de ingenua, de ser reprendida porque tenía fe, porque tenía una confianza ciega en Su misericordia.
¡Atrevámonos a confiar, arriesguemos en el nombre del Señor, que no tiemble nuestro corazón! ese es el Camino de la Verdad que nos lleva a la Vida plena.