Seguimos envueltos en este ambiente de Pascua, alentados por las apariciones del Resucitado y por los prodigios que nos van narrando los Hechos de los Apóstoles.
Nos adentramos en nuestra oración invocando al Espíritu Santo, verdadero artífice de nuestra vida interior.
Vemos cómo este Espíritu se derrama profusamente sobre Esteban, de tal manera que le hace ser testigo valiente y claro de
“Lleno de gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo”. “Todos los miembros del Sanedrín miraron a Esteban, y el rostro les pareció el de un ángel”.
¿Qué le hacía a Esteban aparecer como un ángel o realizar grandes prodigios y signos? Su unión con Jesucristo, no hay otra explicación. Esteban no era un “mago”, sino un enamorado.
Si yo entronco en esta relación profunda con el Señor, también podré desarrollar esta tarea de dar a conocer el Evangelio como lo hacía el primero de los mártires que ha tenido
Es lo mismo que Jesús pide en el Evangelio a aquellos que le han seguido buscando después de la multiplicación de los panes. “La obra que Dios quiere es que creáis en el que Él ha enviado”
Creer en Cristo es la clave de nuestra salvación, de nuestro apostolado, de nuestro testimonio. Es el punto focal de nuestra vida.
Cada rato de oración, cada recepción de los sacramentos, cada lectura de
Jesús nos marca un camino que se convierte en alimento: “Trabajad por el alimento que perdura para la vida eterna” ¿Cuál es este alimento?:
Que Nuestra Madre