Hoy, domingo, nuestra oración tiene que ser de diez (es el 10/10/10). De hecho el Señor, hoy y siempre, quiere dársenos en ella de una forma total, plena, completa. Pero para ello debemos ponernos en nuestro sitio. Lo primero que debemos hacer es reconocer que somos enfermos. Y lo segundo, reconocer que sólo el Señor puede, sabe y quiere sanarnos. La primera lectura y el evangelio de este domingo nos presentan a leprosos. Entremos en la escuela de oración de los leprosos, para ser curados por Jesús.
1. “Vinieron a su encuentro diez leprosos”. Para los judíos la enfermedad –y particularmente la lepra- además de afectar al cuerpo, perturbaba al alma: producía impureza y era manifestación del pecado (los discípulos preguntarán a Jesús, al ver al ciego de nacimiento: ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego? (Jn 9, 2). La lepra es un signo del pecado: va minando progresivamente la salud, va desintegrando el organismo, y además aparta de la vida social. ¿No vemos un paralelismo entre nuestros pecados y la lepra?
2. “A lo lejos y a gritos…”. Como los leprosos del evangelio nos sentimos lejos de Jesús pero, al vernos enfermos acudimos a Él, necesitados de su ayuda. Por eso, como ellos, “a lo lejos y a gritos” le decimos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
3. “Quedaron limpios”. Jesús, en otras ocasiones, tocó a los leprosos para curarlos (cf. Lc 5, 12-14). A éstos les limpió con la fuerza de su palabra. Quedaron limpios al obedecer a Jesús: “mientras iban de camino”. ¡Cuántas veces Jesús nos cura en el camino de nuestra vida, cuando la orientamos hacia Él en obediencia de fe! No sentiremos quizá el contacto de su mano en nuestra piel enferma, pero sí el imperio de su palabra. No podremos decir muchas veces: “tal día y a tal hora me sanó el Señor”, pero sí “después de tal actividad que hice por Él, ya no era el mismo; aquello pasó…”
4. “Uno de ellos se volvió…”. “Se echó por tierra a los pies de Jesús”. Es un gesto de humildad, que reconoce la santidad del que le acaba de curar, y al mismo tiempo es un gesto de alabanza a Dios: “se volvió alabando a Dios a grandes gritos”. Al que ama, inundado por el entusiasmo, demostrar su amor y su agradecimiento no le parece un desatino. Seguro que los fariseos se escandalizarían de los gritos y de la postración del leproso curado. Vemos también en Naamán el Sirio -en la primera lectura-, que responde con un gesto semejante al verse curado: humildad y alabanza a Dios.
5. “… dándole gracias”. El agradecimiento surge espontáneo cuando descubrimos la acción de Dios en nuestra vida. Por ello la acción de gracias tendría que ser una de nuestras oraciones más frecuentes. Sobre todo después de la comunión ¡qué fácilmente surge el agradecimiento por el don de la Eucaristía y por tantos dones suyos! Y este agradecimiento ha de extenderse a los hombres que nos comunican los beneficios de parte de Dios. No nos sintamos con derecho a las atenciones que recibimos de los demás; que respondamos a ellas con nuestro agradecimiento sincero. Ser agradecidos: ¡qué medio tan sencillo de practicar la humildad y el apostolado!
6. “Los otros nueve, ¿dónde están?” A Jesús no le es indiferente que seamos sensibles o no a sus gracias. Espera nuestro reconocimiento, y le duele nuestra ingratitud, como le dolió la de los otros nueve leprosos. Una sencilla anécdota por si sirve: el abuelo había llevado a su nieto de cinco años al parque. Este se puso a jugar con otros niños. Al cabo de un buen rato, al volver a casa le dijo al abuelo: “Abuelo: ¡qué bien me lo he pasado!” ¡Qué satisfacción se veía en el anciano cuando lo contaba! Digámosle siempre al Señor lo contento que estamos con Él. “Haz memoria de Jesucristo”, dice la segunda lectura.
Oración final. Santa María, salud de los enfermos: ponnos con tu Hijo, para que nos cure de nuestras enfermedades. Enséñanos a ser agradecidos y a no separarnos de Él.