Los apóstoles son las personas que cimientan nuestra fe. Ellos fueron los que vieron a Jesús muerto y luego resucitado, y se transformó su vida de forma que siendo poco instruidos y más bien temerosos, pasaron a ser grandes predicadores y valientes transmisores de la palabra.
San Simón y san Judas forman parte del colegio apostólico, y aunque los relatos evangélicos no hablan mucho de ellos particularmente, siempre aparecen las listas de apóstoles. Podemos imaginarnos la escena que narra hoy el evangelio de san Lucas: Jesús baja del monte y todos los discípulos están pendientes de lo que va a decir. Jesús empieza a nombrar a los que ha elegido para ser sus colaboradores más cercanos, sus íntimos. Posiblemente empezó diciendo que serían doce, en memoria de las doce tribus de Israel, haciendo un paralelismo entre la ley antigua y la ley nueva que él venía a instaurar.
Después empezaría a dar la lista. Salvando las distancias, podríamos pensar en cuando se nombra la lista de la selección de fútbol. Todos los jugadores seleccionables están ansiosos por saber si ellos han sido elegidos. Jesús nombra a Pedro –todos lo esperaban-, luego a su hermano Andrés –lógico, fue Andrés quien presentó a su hermano a Jesús-, luego los Zebedeos –tampoco había duda, Santiago y Juan fueron de los primeros elegidos y estaban muy comprometidos-, y así uno a uno…
Me imagino a Simón y a Judas, expectantes, con el corazón a mil por hora, y por fin… sus nombres. Simón escucha su nombre, él que era un zelote, un hombre celoso de la ley, con tendencias un poco violentas en la forma de imponerla; Jesús lo elige y se siente transformado, ¡qué honor seguir a este maestro de la ley!, dice cosas un poco raras, pero arrasa con su porte y su palabra.
Y luego, Judas, el hijo de Santiago. El evangelista nombra al padre porque seguro que era un personaje famoso entre la comunidad de los judíos y suponemos que luego también de los cristianos. Pero ahora el nombrado era él, desde ahora se le conocería por sí mismo y no por su padre. Más tarde escribiría una carta apostólica a su comunidad y que aparece en el Nuevo Testamento, lo que nos habla de la importancia que debió tener en los primeros momentos de la nueva iglesia.
Y nosotros ¿qué? ¿Estamos esperando también que el Señor nos elija para algo? ¿Deseamos que nos elija o preferimos mirar para otro lado no sea que se cruce su mirada con la nuestra? ¿Quiero ser del equipo del Señor? ¿Quiero militar bajo su bandera –que diría san Ignacio?
Nada más ser elegidos, dice el evangelio, que bajaron todos del monte a un llano, y que allí curaban todas las enfermedades de la gente y los espíritus inmundos eran expulsados. ¡Menudo éxito! Así da gusto ser apóstol. La gente alabaría a Jesús y a sus acompañantes, y los discípulos se llenarían un poco de orgullo. Jesús sabe que estos momentos, a veces son necesarios. Ya se encargaría luego de recordarles que él subiría a Jerusalén a ser entregado por los hombres y que el éxito sería de otra forma. Todos los apóstoles sellaron con su sangre este aprendizaje.
Podemos rezar hoy así, pidiendo “ser elegidos para lo que más”, para lo que él quiera. “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.