Hoy nos ofrece el Señor un tema y una composición de lugar inmejorables para hacer nuestra oración: la parábola del fariseo y el publicano. El tema es la propia oración, y la composición de lugar, el templo, en el que vemos y escuchamos a los dos orantes.
1. San Lucas señala al principio del pasaje la intención de la parábola: iba dirigida a “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Por tanto, no es una parábola dirigida a la multitud, sino a unos pocos que se consideraban como justos. Comenta a este propósito el Padre Morales: “Entre ellos estamos nosotros, los cruzados [y los militantes y colaboradores] de Santa María… ¡Es tan fácil, al vernos rodeados de regalos y caricias de Dios, empezar a presumir de justos! Y lo peor es que no nos damos cuenta. Niños mimados, empezamos a atribuirnos lo que tenemos en cualidades humanas, en dones sobrenaturales. Lo que tenemos o lo que nuestra imaginación y vanidad nos hace creer que tenemos”.
Por tanto, no pensemos: “¡qué bien le viene esta parábola a fulano o a mengano, que desprecian a los demás…”. Como sigue escribiendo el P. Morales: “Sí, Jesús mío, quiero ser sincero. Tu parábola va para mí. Soy de los que presumen de justos. Y no me doy cuenta de que Tú has elegido a los cruzados [y a los militantes y colaboradores] de hoy, como tus apóstoles de ayer, entre lo más despreciable y abyecto del mundo. Escogió escorias y basura del mundo para que nuestra confianza no la pongamos en sabiduría humana, sino en la fortaleza de Dios”.
Fijémonos ahora en cada uno de los personajes orantes.
2. El fariseo: más que orar a Dios, se enaltece a si mismo. Actúa como juez en causa propia, se encuentra intachable, y eso le llena de arrogancia para juzgar a los demás. Erguido ora: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás…”. Algunas consideraciones prácticas para nuestra oración. La auténtica oración:
a) reconoce a Dios como el autor de nuestra vida y de todo lo bueno que hay en el mundo y en nosotros, y esa grandeza y amor que vemos en Él nos lleva a darle gracias;
b) nos conduce a un mayor conocimiento de Dios y de nosotros mismos. Nos hace conscientes de nuestra pequeñez, y nos libra de juzgar a los demás, de compararnos con ellos y de acusarlos;
c) nos lleva a escuchar a Dios, antes que a hablar: “habla, Señor, que tu siervo escucha”.
d) no da para que Dios nos dé; no “compra” el favor de Dios con buenas acciones.
3. El publicano: encarna la humildad y la pobreza, actitudes básicas para entrar en la oración: “no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador."”.
a) Imitemos su oración y repitámosla a lo largo del día: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador"; y la del centurión“Señor, no soy digno de que entres en mi casa…”;
b) El publicano volvió a casa justificado, perdonado; el fariseo no (¿no lo necesitaba?);
c) oremos desde las tres “pes” del publicano: pequeño, pobre, pecador.
3. Hoy es la Jornada Mundial de las Misiones, el Domund. Acordémonos de lo que nos pide el Papa en el mensaje para la Jornada de este año: “Queridos hermanos, en esta Jornada mundial de las misiones, en la que la mirada del corazón se dilata por los infinitos ámbitos de la misión, sintámonos todos protagonistas del compromiso de nuestra ayuda fraterna y concreta para
sostener a las Iglesias jóvenes”. Pidámosle a la Virgen que abra nuestros corazones y nos alcance sentir con la Iglesia.