En la primera lectura san Pablo nos presenta el encargo que Dios le ha hecho: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo. A la vez sus palabras nos vuelven a recordar a nosotros, cristianos del siglo XXI, nuestra misión. Pensemos en este encargo tan hermoso y tan necesario hoy día: la riqueza que es Cristo. La verdad es que, una vez que has palpado a Jesucristo, todo toma otro color, la vida se hace más hermosa. Da lo mismo las circunstancias externas que tejen cada día, más o menos agradables; de fondo está la seguridad de que Dios me quiere. Cuántas personas no se sienten queridas, no tienen paz, viven angustiadas. La riqueza insondable que es Cristo… No podemos ocultarla, hay que anunciarla, pregonarlo desde los tejados.
Meditemos hoy cuánto de trasparencia tiene mi vida en este sentido. Dónde voy, ¿llevo paz?, cuándo hablo con las personas ¿transmito alegría? Imaginemos a María en Nazaret: una mujer más de ese pequeño poblado judío, pero cuánta vida generaría a su alrededor, cuántas confidencias guardadas en su corazón, sin mucho ruido, con sencillez.
Pidamos a Dios que nos haga apóstoles, como san Pablo, mensajeros de la riqueza insondable que es Cristo.