Hoy precisamente, poco antes de preparar estos puntos de oración, estuve leyendo una noticia que me impactó.., tanto como a los que se acercaron a Jesús a preguntarle sobre la suerte de los galileos muertos al ofrecer los sacrificios.., o los dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé… Decía la noticia: “los accidentes de tráfico provocan la muerte de 1,3 millones de personas al año, unas 3.000 diarias, de las que 500 son de menores de edad…” (Zenit, 19-10-2010).
También nosotros podíamos preguntarnos hoy: ¿Acaso estos 3.000 diarios que mueren en un medio de transporte, son peores que nosotros, que también cogemos un coche.., un autobús.., y salimos a la carretera…? Jesucristo responde tanto ayer como hoy: “Os digo que no…” Pero también nos dice a punto seguido: “…y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera…” Es decir, que morir, moriremos todos.., antes o después, y lo que importa no es tanto ese “antes” o ese “después”, sino la situación en la que nos encontremos cuando llegue ese decisivo momento de nuestra vida…
Cuando una persona muere en un trágico accidente, sea del tipo que sea, o sobrevive a él milagrosamente, no es ni mucho menos una medida disciplinaria de Dios… Ciertamente las reflexiones pueden ser múltiples al respecto, pero lo que interesa es saber si la persona estaba o no estaba preparada para vivir ese momento, por cierto el último de su vida.
Solo una vida vivida, de una forma acorde al plan de Dios, puede tener la seguridad de salvación de cara a la vida eterna…. Por eso insiste el Evangelio de hoy en la necesidad de la conversión en este tiempo propicio, y de la presencia de una ayuda cualificada en el proceso. En el evangelio ese puesto lo ocupa el viñador, que en diálogo con el dueño de la heredad, le promete que la higuera dará su fruto…
¿Qué lugar ocupa la conversión constante en nuestra vida cristiana…?
¿Qué importancia le damos a la revisión periódica de nuestra vida…?
¿Qué pasaría hoy en nuestra vida.., si hoy me llamará Dios a la Vida Eterna…?
Preguntas tan fundamentales como estas, no siempre nos las hacemos, pero lo cierto es que están ahí cada vez que contemplamos.., oímos.., o somos conscientes de que alguien, conocido o desconocido, nos dejó en esta vida…
La conversión es la primera y la última palabra del Evangelio… ¿A qué me refiero al decir esto…? ¡Al hecho de que la conversión de un alma es el milagro de un momento.., algo sorprendente.., ciertamente; pero la santidad que nos pide Dios en el Evangelio es la tarea de toda una vida….! Por eso podemos hablar de conversión diaria.., semanal.., mensual.., y anual….
1. Conversión diaria: La oración personal.
2. Conversión semanal: La participación en la Eucaristía dominical y recepción del
Sacramento de la Penitencia.
3. Conversión mensual: Ese día de Retiro Espiritual que realizo todos los meses.
4. Conversión anual: Unos Ejercicios Espirituales entre cuatro u ocho días.
Es necesario recordar de vez en cuando, el inmenso beneficio que ha supuesto en nosotros la gracia bautismal.., pero no podemos olvidarnos de que junto a ese gran regalo que supuso su recepción.., nos dejaron la tarea personal de luchar contra las concupiscencias del pecado en nosotros… ¿Quién no experimenta con fuerza la tendencia al mal? Ni siquiera los santos se libraron de ella, pero eso sí lucharon con denuedo y vencieron… ¡Ahí están, modelos acabados de perfección evangélica…!
Me consuela saber que junto al viñador del Evangelio, que defiende la higuera de ser cortada.., se encuentra una Madre, que sostiene con su intercesión amorosa tanto a la higuera como al viñador que la cuida… ¡Refugio de los pecadores…! ¡Consuelo de los afligidos…! ¡Auxilio de los cristianos…! No permitas que nuestra vida sea solo foresta y que no de frutos dignos de conversión… Que así sea…