Hoy celebramos a Santa Teresa, gran maestra de oración, que quiere pedir por nosotros para que entremos por caminos de oración y de unión con Dios. Ella está convencida de que “todos los bienes me vinieron con la oración”. Su humilde perseverancia en la vida de oración, superando obstáculos y tentaciones, le hizo atravesar la vida como una amistad con Dios, una amistad creciente, fascinante cuyo cumplimiento le hacía suspirar por el cielo: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero”.
Santa Teresa nos enseña a no desanimarnos en el camino de la oración. Ella tuvo que luchar mucho contra la imaginación, la “loca de la casa” como la llamaba ella, que le impedía recogerse y estar atenta a la presencia de Dios en su corazón. Cuando le pasaba esto, se apoyaba en la lectura para levantar el corazón a Dios. Pero no se cansaba nunca de estar empezando siempre, porque amaba mucho a Jesús y no deseaba más que verle: “Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, muérame yo luego”.
Ella dice que la peor tentación que tuvo que superar y que llegó a apartarle de la oración una temporada fue la de la falsa humildad: no se creía digna de orar, de que a Ella se le fuera a comunicar Dios, por sus miserias y sus faltas. Menos mal que descubrió que eso era una tentación y volvió a la oración solitaria: ¡nos hubiéramos quedado sin Santa Teresa!
Por eso nos enseñó la bondad de Dios que se derrama en la oración sobre nuestra flaqueza y nos mostró que “la confianza tanto cuanto espera alcanza”. Así nos cuenta en el libro de su vida cómo empezó a avanzar en el trato con Dios cuando le descubrió cercano y humilde, misericordioso con nosotros:
“Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este Señor en viéndole como con quien tenía conversación tan continua. Veía que, aunque era Dios, que era hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caídas por el primer pecado que Él había venido a reparar. Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor”
Aquí está la clave de la oración: acercarnos a Jesús, que se ha hecho hombre para ser nuestro amigo y conducirnos al Padre. Su humanidad santísima, que he de representar junto a mí siempre que me ponga a orar, es la escala que une nuestra naturaleza herida por el pecado y la santidad de Dios. Que nos lo cuente la santa de Ávila:
“Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad, y traerle consigo y hablar con Él, pedirle para sus necesidades, y quejársele de sus trabajos, alegrarse con Él en sus contentos, y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad”.
Te damos gracias, Padre, porque revelaste a Santa Teresa de Jesús, que se consideraba ignorante, los secretos de la oración cristiana y la enseñaste a encontrar en la humildad de Jesús, Verbo hecho carne, el descanso de su alma y el alivio de su corazón enamorado.