El evangelio del domingo 31 del tiempo ordinario nos presenta a Zaqueo, un publicano, un pecador, que “trataba de distinguir quién era Jesús”.
Vamos a dedicar un rato a estar con el Señor en este día, situado entre el 102 aniversario del nacimiento de nuestro fundador y la fiesta de Todos los Santos. Qué fácil va a ser que en cuanto hagamos un momento de silencio, en cuanto dejemos el ajetreo que nos rodea, surja en nosotros un deseo de santidad, contagiado tanto por el padre Morales como por tantos cristianos ya en el cielo que interceden por nosotros.
La oración tiene mucho de lo que pretendía Zaqueo: tratar de distinguir quién es Jesús, ver su rostro, descubrirle, y descubrir qué me quiere decir.
Pero para poder ver a Jesús hay que pedir al espíritu Santo la actitud de Zaqueo: la de buscarle, la de desear verle. Superar los obstáculos de nuestro amor propio, de nuestra desgana, de nuestro activismo. Y subirse a un árbol, el árbol del silencio, del retiro. Porque nos pasa lo que a Zaqueo, que somos bajos de estatura, que no llegamos muchas veces a ver al Señor. Corremos el riesgo de que pase muy cerca y no nos enteremos, demasiado despistados con tantas cosas.
Pero es Jesús el que nos empuja continuamente a subirnos a un árbol para verle. Él puso ese deseo en el corazón de Zaqueo, y lo pone continuamente en el nuestro.
Y así podrá decirnos, en cuanto nos vea a tiro: “baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.
Y dice el evangelio: “Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento”. La fuerza para acoger a Jesús es él mismo quien nos la da, y nos llena de alegría.
Pero ese acoger a Jesús implica bajar del árbol, dejar nuestro orgullo, seguir su camino, que es el de la humildad, el de la pobreza, el de la entrega a los demás: ”Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres”.
Al leer estas palabras del evangelio me pregunto: ¿doy a los demás la mitad de lo mío? ¿Reparto con los que me rodean, con los que me necesitan, la mitad de mi tiempo? En esta sociedad individualista vivimos demasiado apegados al “yo”, y nos falta fijarnos mucho más en el “tú”.
El encuentro con Jesús fue para Zaqueo una bendición, un cambio, una conversión. Así se debería revolucionar nuestro corazón cada día en la oración.
Hemos de pedirle a la santísima Virgen que nos conceda la gracia de buscarle en la oración como Zaqueo, y de responder a su llamada con la prontitud con que él respondió. En eso consiste la santidad.
Reina de Todos los Santos, intercede por nosotros.