- El texto del Eclesiástico nos cuestiona acerca de cómo vivimos nuestra fe: Para evitar la hipocresía, la pantomima, la doble vida “no te presentes ante el Señor con las manos vacías”, sino “glorifica al Señor con generosidad y no mezquines las primicias de tus manos y consagra el diezmo con alegría”. En definitiva, volver al Principio y Fundamento de San Ignacio: Todo a la mayor gloria de Dios; en todo amar y servir. O lo del gran Lope de Vega: ¡Loco debo ser pues no soy santo!
- El Evangelio nos confronta con nuestros intereses. Recordamos en Ejercicios, la meditación de los binarios, el llamamiento del rey eternal, las tres maneras de humildad…¿Por qué seguimos a Jesús? ¿Por puro amor o por intereses no tan puros? El Señor, sea como sea, se despacha y nos ofrece todo: “el ciento por uno en la tierra y la vida eterna en el cielo”. Sí, Dios no se deja ganar en generosidad.
- Comenzamos el Mes de San José: Él salvó a Jesús y a María de la primera gran crisis de la historia movida por la “cristofobia” de Herodes; él fue invocado como protector de la Iglesia en la convulsión del cisma de occidente cuando la iglesia llegó a tener “tres cabezas”, yo quiero retomar su figura para este momento fuerte de nuestra Iglesia y de nuestro mundo. Os propongo contemplar a JOSÉ, misionero y santo, modelo del laicado. Un laico es “un contemplativo enamorado de Dios y experto en humanidad”. También, aquí y ahora, todo es posible para el que cree, nada hay imposible para Dios. Concluyo de la mano del P. Juan Esquerda Bifet (*):
a. José, hijo o descendiente de David : La santidad es camino hacia la realidad integral, desde las propias raíces culturales a históricas, para «instaurar todas las cosas en Cristo (Ef 1, 10). La misión es encargo de servir a Jesús, el Salvador de todos los pueblos, ya presente en la Iglesia.
b. José, esposo de María Virgen: La santidad es fidelidad generosa a la palabra de Dios (al Verbo hecho hombre) y a la acción del Espíritu santo, a ejemplo de María Virgen y Madre, Tipo y Madre de la comunidad eclesial. La misión es servicio a la maternidad de la Iglesia, < sacramento universal de salvación.
c. José, padre tutelar de Jesús: La santidad es seguimiento de Cristo para imitarle, compartir su suerte y configurarse con él. La misión es anunciar y comunicar a Cristo a todos los hombres.
d. José, el hombre justo: La santidad es fidelidad a los planes salvíficos de Dios, que dirige los acontecimientos humanos hacia Cristo Salvador del mundo. La misión es transformar los acontecimientos en donación, como transparencia de las bienaventuranzas y del mandato del amor.
e. José de Nazaret: La santidad es vida oculta con Cristo en Dios, para transformar la propia circunstancia («Nazaret») en amor y servicio. La misión es dar de la propia pobreza, compartiendo con todos los hermanos los dones recibidos de Dios. La comunidad cristiana que vive su Nazaret, realiza la misión como comunión entre iglesias hermanas, con un amor preferencial por las más pobres.
De modo magistral lo sintetiza el P. Tarsicio Stramare: “San José es la prueba de la grandeza innata en cualquier vida cotidiana, si ésta sabe transformarse en respuesta de amor hacia Dios, en la aceptación simple y generosa de su voluntad...El ejemplo de san José, la lección que brota de toda su vida continuará haciendo escuela en la Iglesia para siempre”(**) Hacer lo ordinario de modo extraordinario.
Oremos con el Padre Tomás Morales: Esposo de la Virgen, Custodio del Señor, llévanos a María, y por María a Dios… Enséñame a vivir de fe en Nazaret. Quiero, en vida oculta, prolongar la Encarnación del Verbo Santo de Dios. La fe lo transfigura todo. El amor lo eterniza todo. Quiero realizar las acciones más insignificantes y corrientes con un alma divinizada, escondida, como la tuya, bajo la mirada de la Virgen, “con Cristo en Dios” (Col 3, 3). Aquí está el secreto de la santidad de Nazaret, de mi vida en la Iglesia, el caminito de la Santa de Lisieux”
(*) José de Nazaret (Los santos fueron así) Sígueme, Salamanca 1989 p.213
(**) La vía de San José. Espiritualidad josefina Delegación Nacional del Óbolo de San Pedro, Lima 2002 en el capítulo titulado “Laicos: la espiritualidad de la vida cotidiana” pp.124-134