27 febrero 2011, domingo de la octava semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Oración inicial (en unión con toda la Cruzada – Milicia de Santa María).

"Que todas mis intenciones, acciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad”.

Dos certezas.

Dos certezas nos quieren transmitir las lecturas de hoy:

  1. Soy profundamente amado: …Aunque una madre te olvide, Yo no te olvidaré… (Primera lectura).
  2. La conciencia limpia es manifestación de vivir sirviendo al verdadero Señor. (Segunda lectura).

El hombre ha sido creado para vivir en comunión con Dios. Con ese fin fue traído a la vida, y de ese modo encuentra la verdadera felicidad. (Salmo)

El primer momento de la oración de mañana, podríamos dedicarlo a degustar la fidelidad que transparentan las palabras de la primera lectura. ¿Qué será el amor de Dios? “Señor, hazme consciente de tu amor para conmigo”.

Hoy la Iglesia universal nos invita a poner todas las cartas sobre la mesa, y poner ante Dios los señores de nuestra vida. ¿A quién sirvo? ¿Quiénes son mis diosecillos? Nos invita a examinarnos en el servicio al Único Señor de todas las cosas. ¿Qué me lleva a Dios, y qué me aleja de Él, chupándome la sangre?

Por si en este momento de mi vida estoy intentando servir a dos dioses, me avisa: “No es posible”. “Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”. (Evangelio)

Terminar con un coloquio con la Madre, contándole y escuchando de sus labios, y sobre todo aprendiendo del gozo de su Corazón, a saberse amado personalmente por Dios.

El Apocalipsis habla del adversario de Dios, de la bestia. La bestia, el poder adverso, no lleva un nombre, sino un número: “666 es su número”. Es un número y convierte a la persona en un número. Los que hemos vivido el mundo de los campos de concentración sabemos a qué equivale eso: su horro se basa precisamente en que borra el rostro, en que cancela la historia, en que hace de los hombres números, piezas recambiables de una gran máquina. La bestia es número y convierte en número.

[…]

Dios, en cambio, tiene un nombre y nos llama por nuestro nombre. Es persona y busca a la persona. Tiene rostro y busca nuestro rostro. Tiene un corazón y busca nuestro corazón. Nosotros no somos para Él función en una maquinaria cósmica, sino que son justamente los suyos los faltos de función. Nombre equivale a aptitud para ser llamado, equivale a comunidad.

(Joseph Ratzinger. El Dios de los cristianos)

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