* Merece la pena comenzar estas ideas para la oración, releyendo y orando si cabe, algunos contenidos de la Introducción a la recientemente publicada Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini del papa Benedicto XVI : “La palabra del Señor permanece para siempre. Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos» (1 P 1,25: cf. Is 40,8). Esta frase de la Primera carta de san Pedro, que retoma las palabras del profeta Isaías, nos pone frente al misterio de Dios que se comunica a sí mismo mediante el don de su palabra. Esta palabra, que permanece para siempre, ha entrado en el tiempo. Dios ha pronunciado su palabra eterna de un modo humano; su Verbo «se hizo carne» (Jn1,14). Ésta es la buena noticia. Éste es el anuncio que, a través de los siglos, llega hasta nosotros. (...) Con esta Exhortación, cumplo con agrado la petición de los Padres de dar a conocer a todo el Pueblo de Dios la riqueza surgida en la reunión vaticana y las indicaciones propuestas, como fruto del trabajo en común. (...) En este sentido, deseo indicar algunas líneas fundamentales para revalorizar la Palabra divina en la vida de la Iglesia, fuente de constante renovación, deseando al mismo tiempo que ella sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial...”
* Vamos seguidamente a realizar algunas consideraciones sobre el Evangelio de hoy:
El anuncio de la Palabra de Dios nos exige el compromiso de un trabajo eficaz para que, quienes reciben el anuncio del Evangelio, reciban también el consuelo en sus necesidades temporales. A la Iglesia de Cristo se le ha confiado el anuncio del Evangelio que nos salva. Queremos unir vida y Palabra de Dios y podemos correr el riesgo de quedarnos sólo en la promoción humana de nuestras comunidades. Sin embargo el compromiso del auténtico hombre de fe nace de la meditación humilde de la Palabra de Dios, que nos transforma interiormente, y que nos impulsa, que nos envía para que proclamemos lo que hemos vivido. Sólo entonces seremos un signo vivo de Cristo, y podremos compadecernos de las multitudes hambrientas de pan, de justicia, de perdón, de paz, de amor, de comprensión y de tantas otras cosas de las que adolece la humanidad actual. Vamos al mundo no conforme a los criterios del mismo, buscando tal vez nuestra gloria; sino con los criterios de Cristo, como siervos al servicio del Evangelio que pasan haciendo el bien a todos. Estamos llamados a vivir la verdad en la caridad.
Es difícil no ver en éste y en los demás relatos en los que se nos cuenta cómo Jesús multiplica los panes y los peces para dar de comer a las gentes que le siguen, una anticipación de la Eucaristía. Como en la Eucaristía, el mismo Jesús bendice el pan, da gracias, lo parte y lo entrega a sus discípulos para que lo distribuyan entre la multitud que le escuchaba. Del mismo modo bendice los peces. Y todo porque el hambre de la multitud había hecho que Jesús sintiera piedad por ellos (otra vez la piedad como razón de la actuación de Jesús). Alrededor de aquellos sencillos alimentos, aquella gente se convirtió en una familia. Todos sentados a la misma mesa compartieron lo que tenían. Tuvo que ser una verdadera fiesta. Allí todos se sintieron iguales, hermanos unos de otros. La Eucaristía, en la que participamos tantas veces es la realidad de la presencia de Jesús en medio de nosotros, que nos hace sentirnos una sola familia, que ya somos hijos del mismo Padre. Tarea de la comunidad cristiana es abrir sus puertas para que nunca nadie quede excluido de ese banquete. Para que el Reino se vaya haciendo realidad entre nosotros. La Iglesia vive de la Eucaristía, se alimenta de la Eucaristía, nos hace a todos uno con Jesús – Eucaristía.
Oración final:
Dios y Padre de nuestro salvador Jesucristo, que en María, virgen santa y madre diligente, nos has dado la imagen de la Iglesia; envía tu Espíritu en ayuda de nuestra debilidad, para que perseverando en la fe crezcamos en el amor y avancemos juntos hasta la meta de la bienaventurada esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén