Iniciando la oración. Orar es tomar conciencia de la presencia escondida de Dios en nosotros, en la creación, en el sagrario si tengo la suerte de estar en un lugar sagrado. Aprender a ponerme en presencia de Dios y saberme en el hueco de sus manos ya es una magnífica oración. Unas palabras de Pablo VI nos guían en este momento inicial:
“Es necesario que aprendamos a callar, a recogernos, a estar solos, a adorar en silencio, a componer interiormente alguna palabra digna de Dios, a extasiarnos en el eco de las Palabras del Señor: escucharlas, repetirlas, escandirlas, dejar que se depositen en el fondo del alma y, después, decantarlas de toda profanidad, hasta que se tornen límpidas y consoladoras”.
Nos asomamos, por tanto, desde la fe al grandioso panorama que nos abre hoy la Palabra de Dios para buscar y hallar una palabra de luz, consuelo y salvación.
“Tened cuidado con la levadura de los fariseos y de Herodes”. ¿Qué quiere decirles el Señor a sus discípulos con esta advertencia? Acaban de subirse a la barca con Jesús y se dan cuenta de que no tienen pan. Una sombra de desconfianza nubla su mente: “¿Cómo vamos a comer en esta travesía? Jesús no hace más que meternos en líos. Esto de anunciar el Reino está muy bien, pero, ¿quién se ocupará de darnos de comer?”. Jesús percibe su zozobra y les recuerda que en la multiplicación de los panes comieron varios miles y aún sobraron siete cestas. Les regaña su torpeza para entender que Él se encarga de cuidarles: “Buscad primero el Reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura”. Esto es una verdad que ya habían experimentado sus discípulos, pero el miedo siempre nos agarrota cuando nos lanzamos a la aventura de seguir al Señor y anunciar su Reino sin más apoyo que Él.
“¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís?” La levadura de los fariseos y la de Herodes no es otra que la desconfianza en el amor de Dios, gratuito y fiel. Un fariseo cumple con todos los preceptos de la ley, pero su corazón está lejos de Dios, no sintoniza con un Jesús que pide todo, porque Él es el todo. Prefiere la seguridad bien atada de los preceptos. Herodes era un ambicioso sometido a sus pasiones: es imposible que un corazón así se abra a la novedad el Reino de los cielos. A nosotros se nos pide una capacidad nueva de mirar y escuchar para captar las leyes del Reino de Dios que comienzan por una renuncia y una aceptación: “El que pierda su vida por mí, la encontrará”. Tenemos que pedir unos ojos que sepan ver a Dios en las realidades cotidianas de la vida y unos oídos que sepan escuchar su voz entre las voces confusas del mundo. Entonces todo cambia, como nos dice nuevamente Pablo VI:
“Si admitimos que Dios existe y creemos en Él, hemos abierto las fuentes de un inmenso manantial espiritual: Si Dios existe, si Dios actúa, si vela sobre nosotros, se enciende todo un mundo de maravillas, se impone a nuestra conciencia todo un deber primordial de inclinarnos bajo su mano, de creer que las cosas que suceden son una combinación de su acción y la nuestra, y la combinación es tan desigual que todo se resuelve en su acción: nosotros no somos más que causas segundas, causas tributarias de la causalidad superlativa y soberana”.
¡Qué maravilloso es tener fe! Guardémonos de la levadura de los fariseos y de Herodes y acojamos el Reino de Dios que ya comenzado en las sombras de este mundo.