18 febrero 2011, viernes de la Sexta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

(Mc 8, 34 – 9,1)

Al iniciar la oración es conveniente comenzarla con una cierta preparación externa que nos llevará a la actitud interna del conocimiento del Señor, siendo consciente qué es lo que voy hacer y ante quien lo voy hacer poniendo en práctica las 5 adiciones ignacianas.

¿Quién no querría salvar su propia vida? La vida es un valor principal al que se reducen todos los demás. Pero quien lucha por un ideal noble afirma que en la vida hay cosas más importantes que la vida misma: precisamente, los ideales.

El cristianismo propone ideales, pero no se identifican con el idealismo. El cristiano que muere por la verdad cree firmemente que, después de la muerte, no sólo vivirá él mismo, sino que también su ideal. Para el cristiano, la verdad y el ideal son Cristo que, al mismo tiempo, es también la vida (Jn 14,6). Cristo ha venido para que los que estén con Él ténganla vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10).

“Quien pierda su vida por amor a mí y al evangelio, la salvará”. En el calendario de la Iglesia se celebra la fiesta de los mártires; mártires no son sólo quien ha dado su vida por la fe. Pronto los cristianos se dieron cuenta de que la realidad de Cristo supera a su persona histórica, es una realidad mística en la que se reúnen todas las virtudes y todo bien. Él es verdad, justicia, caridad y humildad, escribe Orígenes. Entonces aquel que muere por la verdad, la justicia, la caridad o la humildad, muere por Cristo y tendrá la vida eterna. Por ejemplo, santa María Goretti murió por defender su castidad y es mártir por el evangelio, que exhorta a la castidad.

Cuando se dice que uno ha sacrificado la propia vida por otro pensamos normalmente, en una vida heroica. Nuestra vida cotidiana está salpicada de muchos signos pequeños de la gracia de Dios. Quien sacrifica su tiempo al prójimo renuncia a algo de sí mismo, pierde un poco de su vida y Dios le restituirá todo lo que ha sacrificado por su hermano, pues no quedará sin recompensa ni un vaso de agua fresca ofrecido a uno de estos mis discípulos.

Al terminar la oración pedir a María la gracia de que a lo largo del día sepa ofrecer todas ocasiones que el Señor pone en mi camino para ir dando mi vida por los demás y así un día oír de los labios de Jesús “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25, 34)

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