Nos ponemos en la presencia del Señor para comenzar la oración. Hacemos silencio en nuestro interior, y ponemos atención en las palabras que nos quiere decir Jesús hoy. Hemos de recibirlas considerando que han sido dirigidas especialmente a cada uno de nosotros, a cada uno de sus íntimos. Como composición de lugar, podemos situarnos a los pies de Jesús, como lo hacía María, la hermana de Lázaro y Marta. Podemos elegir una de las enseñanzas que nos propone hoy el Señor –en estos puntos nos fijaremos solo en el último versículo-, y no pasamos adelante hasta que no nos hayamos saciado de su contenido, renunciando a la prisa. Pedimos a la Virgen, que conservaba todas estas cosas en su corazón, que nos alcance el Espíritu Santo y nos enseñe a acoger la Palabra de Dios.
1.- “Buena es la sal…”. Jesús nos dice: “vosotros sois la sal de la tierra” (Mt 5, 13). La función de la sal está unida al servicio. Sirve para dar sabor –buen gusto- a los alimentos; sirve para conservarlos, y sirve para purificar. En el Antiguo Testamento se echaba sal a los sacrificios para purificarlos (cf. Ez 44, 24), y también a los recién nacidos (cf. Ez 16, 4). Por tanto la sal es buena cuando sirve, y sirve cuando se reparte; la sal bien guardada en un salero sirve de poco.
Al P. Morales le gustaba especialmente esta imagen de la sal, tal como lo refleja en “Hora de los laicos”: “el bautizado sabe muy bien que desde fuera no se salva el mundo, y que la sal, para condimentar, tiene que mezclarse con los alimentos, pero conservando todo su poder revulsivo, su sabor acre. ¡Perspectiva ilusionante! Salvar el mundo sin salir de él, desde dentro. Lo que no puede ni debe hacer el sacerdote o religioso, pero sí el laico”. Es en contacto con el mundo, desde dentro, como se comunica a Cristo y como se transforma la sociedad.
Continúa el P. Morales: “El cristiano se compara a la sal. Es poderoso antiséptico que preserva al mundo de la corrupción. Excelente antipútrido, pero con una doble condición. Primera: permanecer aunque sin confundirse, en contacto íntimo con el mundo. Segunda: no perder sus características específicas, su energía reactiva, su acritud mordiente”. La sal no se ve, pero se nota cuando está presente. Sabe desaparecer. Los cristianos somos el buen sabor de nuestro mundo: en la familia, en el trabajo, en la enseñanza…; entre los hermanos, amigos, vecinos, compañeros…
2.- “…pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la sazonaréis? Un cristiano insulso, incapaz de dar buen sabor al mundo que lo rodea, ha perdido su virtualidad: ya no sirve. El P. Morales continúa así su comentario sobre la sal: “Los judíos de entonces comprendían perfectamente sus palabras. En Palestina, la sal basta e impura del Mar Muerto es la que se utiliza aún hoy día. Con facilidad pierde sus cualidades, se hace insulsa. Se arroja entonces en grandes cantidades en caminos y calles para que, revuelta con las inmundicias, la pisen los hombres y animales”. ¿Qué otra cosa se puede hacer con ella?
3.- “Que no falte entre vosotros la sal”. La versión de la Conferencia Episcopal Española traduce: “Tened sal entre vosotros”. Nos recuerda a la invitación: “Tened siempre las lámparas encendidas”. Y es que las imágenes de la luz y la sal van unidas.
En realidad la verdadera sal es Cristo. Por la Encarnación, el Padre percibe el buen sabor del mundo, porque ve en los hombres a su Hijo. Y cuanto más llenos estamos de Cristo, más “sabrosos” nos volvemos para el Padre y más transformamos el mundo.
Para que no falte entre nosotros la sal, acudamos a la oración y a los sacramentos. Y comuniquémosla entre nosotros, “viviendo en paz unos con otros”.
4.- Santa María de la Sal. María es la sazonadora de nuestras vidas, la que nos comunica el buen sabor de Jesucristo. Ella es la que nos restriega con la sal de Cristo cuando nacemos a la gracia. Ella es la que cuida de que no falte la sal entre nosotros.
Oración final. Madre: que no falte entre nosotros la sal, ayúdanos a vivir en paz unos con otros, para que seamos en el mundo sal buena, “buen sabor de Cristo”.