“El ayuno que yo quiero es este…”. Si ya entonces el Señor deseaba que el pueblo elegido acertara en el modo de conversión, ¿qué nos diría hoy, siglo XXI, a quienes deseamos vivir con toda intensidad el ayuno, la abstinencia y la ceniza como signos de esta Cuaresma recién iniciada?
Sea nuestro ayuno, no el que nos impone una ley, sino el que nos pide la caridad. Ayunar es amar. No demos importancia a la comida de la que se priva un satisfecho. Demos importancia a la comida que posibilitamos a un hambriento. Sea nuestro ayuno voluntario el impedir los ayunos obligados de los pobres. Ayunemos, para que nadie tenga que ayunar.
Sea el ayuno signo de nuestra libertad y protesta contra la tiranía del consumismo. Bienvenida esta Cuaresma si nos entrena en la lucha permanente contra las pasiones que nos esclavizan. Ayunemos para saber decir NO a la oferta seductora de la manzana paradisíaca o televisiva.
Y sobre todo, el ayuno de gastos superfluos. Ayuno de nuestro tiempo para ofrecérselo al que lo necesita. Ayuno de nuestras ansias de ser servidos, a fin de servir a los demás. Ayuno de nuestros deseos de queja o de crítica destructiva.
Sea nuestra abstinencia de la tele, de los juegos, del video, de las palabras ociosas o necias, de las modas. Sea nuestra abstinencia no solo de carne, sino de esos otros alimentos que tanto nos agradan. Sea nuestra abstinencia de juicios y decisiones firmes y arrogantes, para acudir con más asiduidad a nuestros guías espirituales.
Sea nuestra ceniza el no considerarnos dueños de nada, sino humildes administradores; el no gloriarnos de nuestros talentos, sino saber que con ellos hemos de edificar a los demás; el no creernos santos o creernos algo, porque santo y grande solo es Dios; y en consecuencia frecuentar más el sacramento de la reconciliación. Por último, sea nuestra ceniza el no deprimirnos ni acobardarnos, porque Dios es nuestra victoria.
Que en esta Cuaresma sepamos apreciar el valor de las cosas sencillas, que vivamos el momento presente sin tantos miedos y añoranzas, que estemos siempre abiertos a la esperanza, que amemos la vida y la defendamos, y que no temamos a la muerte, porque siempre es Pascua.
Pidámoselo todo a la Virgen, nuestra Reina y nuestra Madre.