Las lecturas de hoy nos ofrecen dos estilos de vida contrapuestos: el del hombre que pone su confianza en el hombre y en sus riquezas, y el del hombre que pone su confianza en Dios. Miremos en la oración: ¿En cuál de los dos estilos nos situamos? ¿En cuál queremos situarnos?
Oración preparatoria. Pidamos, como en la meditación de las dos banderas de Ejercicios: “conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo capitán, y gracia para imitarle”.
1. “Maldito quien confía en el hombre”. En la lectura del libro de Jeremías, la presentación de los dos estilos de vida no es indiferente: un tipo de hombres es maldito y el otro es bendito. Es maldito el que “en la carne busca su fuerza”, o como dice el salmo, “el que sigue el consejo de los impíos, el que entra por la senda de los pecadores, y el que se sienta en la reunión de los cínicos”. La clave de este estilo de vida la marca de nuevo la primera lectura: es la del que “aparta su corazón del Señor”.
¿Qué le espera a este hombre? Una vida miserable, comparable a un cardo en un secarral en mitad del verano: sin frescura, alejado del agua, rígido, acartonado, pinchando a todo el que se mueva a su alrededor, incapaz de ceder a nadie la poca agua que le llega… Es una vida inconsistente, como la de la “paja que arrebata el viento”. Es la vida de los cínicos, un “camino que acaba mal” (salmo).
2. “Bendito quien confía en el Señor”. Es como un árbol que no deja de dar fruto, porque se alimenta del agua viva que es Cristo. Cuando llega el periodo de sequía no lo siente, porque sus raíces están en contacto con el agua. Por ello su hoja es siempre verde y sirve de cobijo y alimento a multitud de seres. Nos dice Jesús que conocemos a las personas por sus frutos (Mt 7, 19), y esto es más patente, como apunta la 1ª lectura, en tiempo de sequía, de dificultades, de persecuciones. Ojalá podamos decir como san Pablo: “sé de quién me he fiado” (2 Tim 1, 12).
3. “Había un hombre rico… y un mendigo”. Estos dos estilos de vida los encarna Jesús en el hombre rico y en el hombre pobre de la parábola. Rico aquí no es el hombre que tiene muchos bienes, sino el que pone su confianza en ellos, olvidándose de Dios y de los demás.
- ¡Qué contraste! En la parábola el rico no tiene nombre (epulón -que a veces viene traducido con mayúscula- no es un nombre propio, sino „rico‟ en griego), y sin embargo el pobre sí lo tiene. Precisamente su nombre es Lázaro, que significa: “Dios ha ayudado”.
- El rico tiene sed, es como el cardo de la 1ª lectura. Pide que Lázaro “moje en agua la punta del dedo y le refresque la lengua”. ¡Qué contraste con el que confía en el Señor, que será “un árbol plantado junto al agua” (1ª lectura), o “plantado al borde de la acequia” (salmo)!
- “Si no escuchan, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. El que aparta su corazón del Señor es incapaz de reconocer el signo del muerto resucitado, es decir el signo de Jesucristo.
- ¿Quién hay más rico en bienes que Dios? Y sin embargo “Cristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza” (cf. 2 Cor 8, 9). Cristo, cubierto de llagas, reducido a pobreza, se identifica con Lázaro, al que recibe en su seno.
- ¿Cuál es la verdadera pobreza que nos trae el Señor? Nos dice Abelardo que la verdadera pobreza no supone despreciar los valores temporales ni la productividad. Más bien es hermana del trabajo y del esfuerzo, y sabe situar los valores humanos y materiales en su debida escala de valores. Se puede concretar en desprendimiento de corazón ante los bienes temporales, en pureza de intención. Y lo que es más, en sencillez de vida (cf. Aguaviva, Diciembre 1999).
- En un cristiano esta sencillez exige la conformidad con Jesucristo pobre, el acercamiento a los que sufren, a los alejados de la fe. Y exige también la entrega y ayuda a los hermanos necesitados, unos materialmente y otros oprimidos por falta de libertad de espíritu (id.)
Oración final: Madre, Tú que compartiste la pobreza de tu hijo Jesucristo, que pusiste toda tu confianza en el Señor, enséñanos los engaños del mal caudillo, y ayúdanos a no caer en ellos, y abre nuestro corazón a la confianza plena en Dios.