Estamos en plena travesía de este tiempo especial, aceptable, de gracia y salvación, que son los cuarenta días que nos preparan para la Pascua que culmina con Vigilia del Sábado Santo en la que nacidos de las aguas del Bautismo celebramos nuestra victoria: Cristo Resucitado. Es el camino propicio que la Iglesia con invita a recorrer con espíritu de conversión.
Las lecturas son extraordinarias y llegan al fondo del corazón que se abre a la gracia y misericordia, a levantarse, a volver a Dios, a recuperar lo que habíamos perdido, a experimentar el alivio del alma y el cuerpo, y así restaurada en Cristo la integridad de la persona, podamos gloriarnos en la plenitud de su salvación.
Hoy nos fijamos en el evangelio que todos conocemos del rico Epulón y el pobre Lázaro. Una de las parábolas más impresionantes y que Benedicto XVI no ha dejado de comentar en la primera parte de Jesús de Nazaret; si puedes acercarte, se encuentra en la página 253 y ss y creo que sería la mejor forma de preparar nuestra oración de mañana.
Como todos conocemos la parábola y después de ponernos en la presencia de Dios y ofrecerle todas nuestras intenciones, acciones y operaciones, podemos leer o tener presente, voy a entre sacar algunos comentarios del Papa. Después de echar una mirada a los dos personajes, a Lázaro como otro Job que sufre, que parece no preocuparse del destino de los hombres y del Rico que compara a otros de evangelio que han orientado su vida como José de Arimatea y Nicodemo, nos introduce en las verdades eternas: la muerte, el más allá, el infierno y el cielo. Quien dude de ellas es que no ha leído el Evangelio pero son los labios de Jesús quien pronuncia esta parábola: “dijo Jesús a los fariseos”. Prestemos atención, a los fariseos. Pero para más seguridad, al ver que no se puede pasar de de uno a otro estado, el rico le pide al no poder salir que envíe a Lázaro a casa de mi padre, para que con su testimonio, evites que vengan a este lugar de tormento. Y es que cuando el corazón no está dispuesto a escuchar y cumplir su voluntad, aunque escuchen a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.
Muchas veces en nuestros apostolado con nuestros compañeros, amigos, familiares o conocidos cuando nos acercamos y presentamos este mensaje de salvación, en este tiempo tan oportuno, para que se reconcilien con Dios, cambien, vuelvan a El, nos da la sensación nos piden pruebas. Este Evangelio es una de las más contundentes.
Hay vida eterna, es la primera idea que podemos meditar.
En segundo lugar que existe el Infierno y Jesús habla muchas veces de Él
Que las almas se condenan.
Que Jesús ha venido como el Hijo del Hombre para que tengan vida y la tengan en abundancia.
Lázaro de la parábola nos lleva al Lázaro de Betania, el auténtico que ha resucitado y ha venido a decírnoslo es la respuesta de Jesús a la petición de signos por parte de sus contemporáneos. En Mateo se dice: “Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo, pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra” (Mt 12,39s)
Esta es la señal que nos da Jesús ¿Qué más nos puede dar? Pidamos que aumente nuestra fe, que se la conceda a los que no la tienen y a todos la conversión hacia Él.
A eso nos está invitando Santa María de la Cuaresma desde la gruta, desde Fátima: Madrecita mía: auméntanos la fe para ser testigos de vida eterna.