Desde muy joven ha habido un versículo de un salmo que me ha acompañado en mi oración, que es justo el que hoy comentamos: ‘Un corazón quebrantado y humillado, Tú, Señor, no lo desprecias’. Con él podemos hacer hoy nuestra oración en este tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión.
Comenzamos invocando al Espíritu Santo y pidiéndole lo que quiero conseguir en esta oración: ¡Alcánzame Señor un corazón nuevo!
Primero.- Recitamos el Salmo entero, saboreando las palabras y haciéndolas mías. Poder sentir así mi pequeñez y mi infidelidad a Dios. Pero, sobre todo, la bondad de un Dios que me recrea, me perdona, borra mi culpa.
Segundo.- Le pido que me regale un corazón nuevo, que convierta mi corazón de piedra en un corazón de carne. Porque habré de hacer esfuerzos, tendré que trabajar la penitencia y la oración… pero es el Señor el que me ha de transformar, regalar un corazón nuevo.
Contemplo mi corazón, quebrantado y humillado. Y se lo muestro al Señor.
Y le pido que me lo cambie, que me dé un corazón semejante al suyo.
Y siento cómo Jesús quiere hacer ese milagro en esta cuaresma en mí. Arrancarme mi corazón y darme el suyo. Hacer un trueque de amor. Hasta que en mí llegue a latir el corazón mismo de Cristo.
Tener sus sentimientos, sus pensamientos, su forma de amar, de ver, de actuar.
Él se quedará con mi pobre y maltrecho corazón. Porque, también hoy, Tú Señor no desprecias un corazón quebrantado y humillado.
Tercero.- Saco un propósito para este día. ¿En qué me pide hoy el Señor utilizar este nuevo corazón que me ha dado? ¿En qué acto concreto se va a notar hoy que tengo un corazón nuevo?