27 marzo 2011, domingo de la tercera semana de Cuaresma – Puntos de oración

Oración inicial (en unión con toda la Cruzada – Milicia de Santa María).

"Que todas mis intenciones, acciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad”.

Situándonos.

Nos encontramos en el tercer Domingo de cuaresma. En el segundo, contemplábamos la Transfiguración del Señor. Jesús comenzó robusteciendo, arraigando la fe de sus íntimos mostrando su gloria y filiación divina, con el objetivo de prepararlos para el escándalo de la Cruz.

En este día asistimos al encuentro histórico de una samaritana con el Señor. Histórico, porque su vida cambió de raíz desde ese mismo momento. En este encuentro está resumido el modus operandi mediante el cual Dios va entrando en un alma, va haciéndose hueco en ella hasta ser su Señor. La Redención que como bautizados estamos llamados a predicar es ésta.

¿Todavía creemos que el Señor puede llegar a nuestra vida en cualquier momento? ¿Dejaré pasar por mi vida a Dios hoy sin prestarle atención? Señor, que escuche tu voz, que no se endurezca mi corazón (Salmo 94).

Recorriendo el camino de la samaritana.

  1. Cristo se hace presente en la vida de esta mujer, a partir de lo cotidiano, pidiéndole ayuda: “Tengo sed”. Provoca el asombro de la mujer. Dios se hace cercano, también en mi vida. Le importa lo que me importa, utiliza los pucheros, el móvil, la bici, el trabajo, la amistad, la hipoteca, la salud o la enfermedad para llegar a nosotros. ¿Qué era lo que buscaba en la samaritana? ¿Agua...? No… Él hablaba de otra sed, la del corazón. Dios tiene sed de amor, y sólo el hombre y la mujer pueden calmar esa sed…
  2. La samaritana se extraña, le sorprende… ¿Cómo ese judío le pide a ella agua? Los judíos “eran superiores” a los samaritanos. Cada uno de nosotros nos sorprendemos por la petición que se nos hace desde el silencio del sagrario: ¿Cómo Tú te puedes haber fijado en mí? ¿Cómo puedo reparar tu sed de amor yo? Jesús provoca el asombro en ella, irrumpiendo con su tarjeta de presentación: “… si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y Él te daría agua viva”.
  3. Y aquí entra la libertad de esa mujer, la misma que nos permite a nosotros dejar de lado a Dios, o invitarle a entrar en nuestra intimidad (aquello que nos importa)… Ella podría haber dado media vuelta, y haber dado la espalda a ese desconocido soberbio. Pero esa mujer era (había sido hecha) humilde. La vida le había pegado duro (Cristo destapará heridas después de que ella misma le abra la puerta de su corazón). Dios actúa así, no fuerza, respeta la libertad de esa pobre mujer maltratada por la vida. Dios sabe cuánto sufre el hombre cuando se aparta de Él. Y ella reconoció en Él, el agua viva que podía calmar su sed de sentido, de amor, de libertad, de dignidad… Cautivada por su Persona, abrió las puertas de su corazón de par en par: “Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed”. Ya no habla con un desconocido, sino con Alguien que se ha asomado a lo más íntimo de su ser.
  4. Cristo habla con claridad, y se manifiesta por medio de la paz, de la alegría. Ante la afirmación de la samaritana que pide una confirmación “Sé que ha de venir el Mesías…”, Jesús responde con rotundidad: “Soy Yo, el que habla contigo”. ¡Ha encontrado lo que desde siempre buscaba!

Pidamos en esta Cuaresma, un diálogo sincero con Cristo, al estilo de la samaritana. Dejemos a Dios sanar las heridas que el pecado ha sembrado en nuestra vida este año…

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