Comienzo de la oración:
Para que mi oración no sea un monólogo sino un coloquio con el Señor, me pongo en su presencia invocando al Espíritu Santo, maestro interior que ora en mi corazón. Para entrar en la oración me ayudará saber que Jesús está cercano, traerle junto a mí. Me lo imagino en el desierto, orando y ayunando por mí, para derrotar al diablo que quiere impedir que yo sea santo. Le suplico: “Corazón de Jesús-Desierto: contigo en oración y penitencia; contigo, luchando y triunfando del enemigo” (P. Tomás Morales). Un instinto de fe me lleva a acercarme también a María; Jesús ha salido de Nazaret para dar comienzo a su vida pública recibiendo el bautismo en el Jordán y yendo primero al desierto a luchar con el Maligno. Pienso en Ella, en su soledad de Nazaret, siguiendo a Jesús con la fe y el amor: Ella me enseña a acompañar a Jesús con la mirada y el corazón desde el Nazaret de mi trabajo, estudio, vida familiar.
Palabra de Dios
Escucho con fe las lecturas de este día, siguiendo el consejo de Benedicto XVI para esta cuaresma: “Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios?”.
“Mi palabra, que sale de mi boca, no volverá a mi vacía”. Es sorprendente esta frase que el profeta Isaías pone en labios de Yahvé. Mirando a nuestro alrededor, estaríamos tentados de decir lo contrario: la semilla de la Palabra de Dios en este mundo no parece dar resultados; los hombres nos parecemos más a un suelo endurecido en el que no penetra la semilla, que a una tierra abierta dispuesta a dar fruto. Sin embargo, la promesa de Dios es inexorable y nos estimula a seguir creyendo en el poder de Dios y en la capacidad de su Palabra para dar vida a este mundo. La imagen que emplea el profeta de la Palabra de Dios como lluvia que empapa la tierra y la hace germinar se ha cumplido ante todo en la Virgen María, en cuyo seno se ha encarnado la Palabra de Dios, Jesucristo. Ella es imagen de la Iglesia y de todas las almas que, acogiendo con fe la Palabra, la encarnan en su vida y da el treinta, el sesenta o el ciento por uno. Mira un momento a tu alrededor: ¿no percibes el testimonio de personas que viven como María, sin hacer ruido, en las que se cumple el oráculo de Isaías, y están vivificando el desierto de este mundo? Un ejemplo: Hoy hace veinticinco años que se ordenaba un sacerdote de la Cruzada-Milicia de Santa María, el P. José Ángel Madrid. Le encomendamos y damos gracias a Dios por su fidelidad y la de tantos hermanos nuestros que siguen las huellas de nuestra Madre.
“Vosotros rezad así”. Al enseñarnos la oración del Padre nuestro, Jesús nos explica las condiciones para hacernos tierra buena en la que su Palabra entre a fondo para germinar. Pidámoslas de corazón: santificar el Nombre de Dios con nuestra vida; construir su Reino con nuestra labor cotidiana; buscar su voluntad en todas las cosas; alimentarnos del pan cotidiano de la Eucaristía; perdonar toda ofensa; no dejarnos arrastrar por la tentación ni los engaños del Maligno.
Orar durante el día: Abelardo de Armas nos enseñaba a rezar en estos días unos misterios del Rosario muy especiales, acompañando a Cristo en el desierto: Primer misterio: Jesús es llevado por el Espíritu al desierto; segundo misterio: Jesús hace oración en el desierto; tercer misterio: Jesús hace penitencia en el desierto; cuarto misterio: Jesús es tentado; quinto misterio: Jesús vence la tentación.