- Empecemos nuestra oración de hoy con la primera lectura de la Misa:
"Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien."
Dios sale de nuevo a nuestro encuentro hoy, en esta cuaresma, una vez más, para hacernos la misma propuesta de siempre.
Nos propone una alianza. Visto el fracaso continuo de nuestra lucha, nuestros inútiles intentos por ser mejores a nuestra manera, nos vuelve a repetir: escúchame, yo soy tu Dios, soy tu Padre, tú lo eres todo para mí, eres “mi pueblo”, escúchame.
Camina por el camino que te indico en esta cuaresma: date a los demás (limosna), dedica más tiempo a rezar (oración), mortifícate (ayuno).
Te irá bien.
¿No te lo crees? Como los israelitas, nos pasa muchas veces que “no escuchamos”, “caminamos según nuestras ideas”, a veces incluso, nos dejamos llevar “por la maldad de nuestro corazón obstinado”, y damos la espalda a Dios.
Pide a María la gracia de volver a aceptar esta alianza. Salimos ganando. Dios se compromete con nosotros hasta el final. Hasta la muerte en cruz. Él no nos va a dejar, no se va a bajar de la cruz.
- Demos un paso más en nuestra oración. Recemos, repitamos durante todo el día, la frase del salmo: “Ojalá escuche hoy de nuevo la voz del Señor. Madre que no se endurezca mi corazón”
Volvamos a la oración del padre Morales para la Cuaresma, pidiendo a la Virgen un corazón que acepte con amor los sufrimientos, pequeños o grandes, pasajeros o persistentes; un corazón limpio de egoísmo, tierno y apasionado para amarla sin medida, incansable y viril para conquistarle almas.
El gran pecado de Israel fue cerrar sus oídos a la palabra del Señor. También este peligro nos acecha a nosotros. Por eso necesitamos orar.
- En el evangelio, la respuesta de Jesús a sus adversarios nos muestra los efectos de una fe sin profundidad ni espíritu crítico. Quienes lo tildan de endemoniado o cómplice de Belcebú, y quienes exigen señales para poder creer, nunca han hecho el esfuerzo de abrirse a la experiencia del amor de Dios que acoge y nos hace cada día más libres.
Como en la primera lectura, se da una oposición entre dos actitudes irreconciliables. Surge un duro contraste entre los fariseos y Jesús, a quien se le acusa de blasfemia y de aliarse con Satanás.
Jesús responde con un discurso apologético. La conclusión se impone: está actuando “con el poder de Dios”. Y eso significa que “el reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Palabras que nos llenan de confianza. Sabemos que Jesucristo es exigente, que el camino de la Pascua pasa por la Cruz, pero Él está con nosotros.
Nos dice: “El que no está conmigo está contra mí”, pero se pone a nuestro lado, camina con nosotros, aunque no le sepamos descubrir.
Perdona, Señor, nuestra arrogancia, la audacia con que nos erguimos presumidos frente a ti cuando nos hablas de cruz, de camino estrecho, de escucha, obediencia, sacrificio...
Compadécete de nuestra fragilidad, mira nuestra buena voluntad, acrecienta en nosotros los deseos de verdad y bondad. Si te ofendemos, no nos lo tomes en serio; si te comprendernos mal, ayúdanos a rectificar; si te damos la espalda, sigue buscándonos.
Madre, transmítenos tu confianza audaz en la misericordia del Corazón de tu Hijo.