Las lecturas de hoy son muy sugerentes para nuestra oración. Pidamos al Espíritu Santo que nos alcance la luz y el amor, para conocer y amar más y mejor la Palabra que se manifiesta en estas palabras. Aunque la lectura del martirio de San Esteban -unida al salmo responsorial- están llenas de contenido, vamos a centrar los puntos de oración en la lectura del Evangelio.
1. Yo soy el pan de la vida. Así como Jesús se manifestó a la samaritana como el agua viva (cf. Jn 4, 10) se manifiesta ahora a la gente como el pan de la vida.
- Jesús ha querido compararse al pan y al agua, los recursos básicos para calmar las dos necesidades más acuciantes que tenemos los seres humanos: el hambre y la sed.
- Jesús ha querido que pidiéramos en el padrenuestro: “danos hoy nuestro pan de cada día”. Pero en realidad Él es nuestro pan de la vida, que se nos da en la mesa de su Palabra, y en la mesa del pan eucarístico. Oramos en el ofertorio: “él será para nosotros pan de vida”.
- Decimos para resaltar la cualidad de una persona: “es más bueno que el pan…” Pues Jesús, mucho más: se ha querido quedar con nosotros en la Eucaristía para comunicarnos la vida, al dejarse comer como pan. ¡Es la bondad llevada a su máxima expresión!, alcanzada en la Última Cena en la que “nos amó hasta el extremo”, prolongada en el Calvario, donde tomó el pan de su cuerpo, lo bendijo, lo partió y nos lo dio en la Cruz.
2. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí nunca pasará sed. El sentido que tienen las imágenes del agua y del pan de la vida nos lo comunica Jesús: el que beba y coma de Él nunca más volverá a sentir sed ni a pasar hambre.
- Quizás hoy como nunca el mundo ha estado tan hambriento de la verdad y tan sediento de la felicidad, pero quizás nunca como hoy ha estado tan despistado sobre dónde encontrar una y otra. Nos invaden tantos estímulos y los medios de comunicación amplifican la voz de tantos falsos profetas, que quedamos como aturdidos y cegados a la hora de probar los sucedáneos que nos ofrecen.
- Pero cada vez que nos acercamos a esas promesas de paraísos, nos encontramos invariablemente con vasijas rotas, que contienen poca agua y ésta sucia, y constatamos que en lugar de alcanzar el pedazo de felicidad prometida, nos espera una decepción más: nos encontramos otra vez escupiendo polvo, como lo hacen los galgos en el canódromo, después de perseguir y dar alcance a la liebre de trapo e hincarla el diente -como le gustaba comentar a Abelardo-.
- Preguntémonos ante Jesús hoy: en realidad, ¿de qué tengo hambre?, ¿de qué tengo sed? ¿Tengo hambre y sed de algo, o más bien de Alguien?
3. Señor, danos siempre de este pan. La respuesta de los que oyen el anuncio del don de Jesús es unánime: “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed” y “Señor, danos siempre de este pan”. También ha de ser la nuestra. Jesús es el único capaz de saciar nuestra hambre de verdad y nuestra sed de felicidad. Y no solo un momento, sino ahora y siempre.
- Atrevámonos a preguntarnos de nuevo, delante de Jesús: ¿a dónde acudo a calmar mi hambre y mi sed? ¿Persigo calmarlas en placeres? ¿Busco la seguridad almacenando dinero u otros bienes? ¿Voy buscando ser alabado y querido por los demás? ¿Creo que Jesús es capaz de saciar toda mi hambre y mi sed?
4.- Podemos escuchar a Jesús resucitado, que nos repite desde el sagrario (en clave eucarística) a cada uno en la oración: “¿Tenéis pescado?” (Jn 21, 5); “Vamos, almorzad” (Jn 21, 12). “Bienaventurados los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29) “¿Me amas?” (Jn 21, 16). Vamos escuchando estas palabras una a una, sin prisas, fijando los ojos en Jesús Eucaristía.
Que podamos decir, como los de Emaús, que lo reconocimos “al partir el pan” (Lc 24, 35). Concluimos como lo hace Abelardo en uno de sus “aguavivas”, acudiendo a la Virgen: “Ella que amasó en sus entrañas este Pan vivo bajado del Cielo, trabajará para obrar lo que escapa a nuestras fuerzas” (Aguaviva, p. 167, Junio 1978).