Introducción: Vamos a meditar el evangelio de este día desde el corazón de la Virgen. Ayer comenzábamos el mes de mayo, que en la tradición católica, se dedica a honrar a la Madre de Dios. María es madre de la Iglesia y de cada uno de nosotros, es el mejor modelo de discípulo porque supo escuchar a su hijo como nadie y la misionera por antonomasia del Evangelio.
Celebramos hoy la memoria de San Atanasio (años: 295-373): Era un hombre pequeño de estatura, de constitución más bien débil, pero de porte firme. "Un luchador, pastor consumado, espíritu despierto, con un ojo abierto a la tradición cristiana, a los acontecimientos y a los hombres, carácter indomable, a la vez que simpático." (Historie ancienne de l´Eglise II, 168). La liturgia sobre el santo, nos lo presenta como “un preclaro defensor de la divinidad de Jesús”(oración colecta) y nos invita a pedirle en su día la fortalezca que emana de su doctrina para que conociendo más al Señor le amemos mejor.
Del Evangelio según San Juan 3,1-8:
Es el relato de la visita nocturna que hizo Nicodemo, fariseo y magistrado judío a Jesús. Este personaje influyente y bien preparado, trata a Jesús como profeta, por eso se dirige a él reconociéndole como maestro, “porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él”. No sabemos si Jesús se había encontrado anteriormente con Nicodemo, pero sí que lo conocía por dentro, por eso le sorprendió con: “Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”.
Nicodemo era sabio a los ojos de los hombres y parece que él mismo se consideraba así, pues Jesús le viene a decir: que no se crea que lo sabe todo y por ello que está más cerca de Dios que los demás.
Nicodemo, al igual que todos los hombres, necesitan a Dios para acercarse a Dios, no bastan nuestras solas fuerzas y luces; esto es la carne, es decir, lo puramente material. También es necesario el Espíritu, lo que nace de lo Alto.
Por todo ello, Dios nos ha regalado la Iglesia y los sacramentos. En ella, por el bautismo nos hacemos hijos de Dios, pasamos a pertenecer a su familia y a disfrutar de todos los bienes que le pertenecen. Parea ello, sólo se nos pide una actitud humilde y confiada, como la de un niño que se siente seguro en los brazos de su madre y que ve la vida como un regalo o como un dulce del que se disfrutar y siempre parece nuevo.
Para terminar nuestra oración, de nuevo nos dirigimos a la Virgen, nos acogemos a Ella durante este día y durante todo el mes. Podemos recitar lentamente alguna oración de consagración a María, por ejemplo, la parte final de la oración de San Luis María Grignion de Montfort: “¡Oh Corazón Inmaculado de María, Madre admirable! Presentadme a vuestro Hijo en calidad de eterno esclavo, a fin de que, pues me rescató por Vos, me reciba de vuestras manos. ¡Oh Madre de misericordia!, concededme la gracia de alcanzar la verdadera sabiduría de Dios, y de colocarme, por tanto, entre los que Vos amáis, enseñáis, guiáis, alimentáis y protegéis como a vuestros hijos y esclavos. ¡Oh Virgen fiel! Hacedme en todo tan perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría encarnada, Jesucristo, vuestro Hijo, que por vuestra intercesión llegue, a imitación vuestra, a la plenitud de la perfección sobre la tierra y de gloria en los cielos. Amén.