Oremos para empezar con una canción. No importa que ya la hayamos cantado muchas veces. Lo bueno conviene repetirlo. Te propongo esta:
Señor, toma mi vida nueva antes de que la espera, desgaste años en mí. Estoy dispuesto a lo que quieras no importa lo que sea, Tú llámame a servir.
Llévame donde los hombres necesiten tus palabras, necesiten mis ganas de vivir; donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente, por no saber de ti.
Te doy mi corazón sincero para gritar sin miedo, tu grandeza, Señor. Tendré mis manos sin cansancio, tu historia entre mis labios, y fuerza en la oración.
Y así en marcha iré cantando, por calles predicando, lo bello que es tu amor. Señor, tengo alma misionera, condúceme a la tierra que tenga sed de ti.
La oración de hoy –si el Espíritu quiere- puede ir dirigida por caminos de misión. La lectura de los Hechos de los Apóstoles no hacen más que conducirnos por esa senda. Los primeros discípulos, como hoy nosotros, tenían que decidir a dónde iban, cómo iban, quiénes iban a los diferentes sitios para extender la palabra de Dios y el Reino de los cielos. Había un tal Timoteo, nos dicen los Hechos, que traía buenas referencias y Pablo se lo lleva a misionar. Digamos que se había formado bien y estaba preparado para salir al mundo. En el círculo de Santa María de Madrid del sábado pasado, descubríamos que teníamos muchos apoyos, y que quizá por eso no crecemos. Una flor del campo, como diría el P. Morales, es una flor que está expuesta a la intemperie, que es como decir que se la juega en las entrañas del mundo. Nosotros quizá estamos tan protegiditos que no nos atrevemos a irnos por ahí. San Pablo, no era de esos, vio que Timoteo ya estaba preparado y se lo llevó.
Señor toma mi vida nueva, antes de que la espera desgaste años en mí…
Y luego está eso del Espíritu que les deja o no les deja ir a un sitio o a otro. Tiene su gracia. Los primeros discípulos tenían más clara la acción del Espíritu en sus vidas y en su comunidad. No actuaban sin contar con él. Quizá nosotros lo tengamos un poco olvidado, o no sepamos qué hacer con él. Rezamos a Dios Padre, Creador de todo, le damos gracias, le pedimos cosas. Rezamos a Jesucristo, segunda persona de la Trinidad, de cuya humanidad sagrada nos enamoramos a lo santa Teresa, y bajo cuya bandera queremos militar como san Ignacio de Loyola… Pero con el Espíritu Santo no sabemos por dónde cogerlo, y ese es el problema, que no se trata de cogerlo, sino de acogerlo, de escucharlo. ¡Ven Espíritu Santo! Hay que dejarlo que nos guíe, y más en este tema de la misión. No se trata de ir donde a mí me gusta, sino donde el quiere, donde él sabe que es el momento adecuado para que se siembre la semilla: ahora id a Macedonia, pero no a Bitinia. El Espíritu sabe qué es lo mejor para la comunidad que recibe la palabra, y qué es lo mejor para el predicador de la palabra. Imagínate que vas a Bitinia y tienes éxito y se convierten 500 jóvenes, pero tú te lo crees, y entonces tú te pierdes.
Estoy dispuesto a lo que quieras no importa lo que sea, Tú llámame a servir…
Nosotros a servir donde quiera el Espíritu, y para eso es importante este rato de oración, porque en la oración se aclaran las cosas, en la oración se recibe la llamada al lugar al que hay que ir, al compañero al que hay que animar, a la familia a la que hay que ayudar, al programa de radio al que hay que acudir a dar testimonio… Oración para pedir el Espíritu, esperando Pentecostés, y el pentecostés de cada día, que es la llamada diaria a extender el Reino.
Ah, y estemos preparados, que como dice el Evangelio de hoy es probable que por eso seamos perseguidos, como lo fue Jesucristo. “¡Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero!” (Jn 21, 17).