Mes de mayo, mes de las flores, mes de la Virgen. Y en consecuencia mes de sus militantes. Vamos, pues, a ponernos junto a María para escuchar alguno de sus “diálogos de atardecer”. Si podemos pensar que en aquellos “atardeceres en Nazaret”, en vida de Jesús, ella y Él mantendrían diálogos íntimos y entrañables, ¿por qué no imaginar nuevos “atardeceres en Betania”, tras la Resurrección de Jesús, en los que la Virgen y diversos personajes contemporáneos conversasen de corazón a corazón? Mañana, en nuestra oración, podemos saborear el diálogo que pudieron haber mantenido María y Marta, hermana de Lázaro.
(María se hallaba ese atardecer contemplando el ocaso, un agradable espectáculo tras el caluroso día que habían soportado. Marta pasó a su lado, atareada, afanosa como siempre)
María: Marta, hija, deja eso. Ven acércate.
Marta: Enseguida, María. Ya acabo esto y estoy contigo.
María: Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria.
(Estas palabras la paralizaron. Las mismas que un día le dirigió Jesús cuando se acercó a Él quejándose de la escasa ayuda de su hermana María. Dejó lo que tenía entre manos, y –sumisa- se acercó)
Marta: Perdona, María. De nuevo he necesitado oír ese consejo para caer en la cuenta de mi indelicadeza.
María: ¿Indelicadeza? ¿Qué quieres decir con eso?
Marta: Cuando Jesús, tu Hijo, aquel día me llamó la atención con esas mismas palabras, entendí que el primer deber de la hospitalidad es atender, estar con el huésped y escucharle, antes que el desvivirse por el mero trabajo, aun siendo para agradarle en su estancia, alimentación y descanso.
María: Marta, siendo eso cierto, veo que aún no has comprendido plenamente lo que Jesús quería indicarte.
Marta: ¿Qué quieres decir? María, exponme por favor cuanto opinas al respecto.
María: Te lo indicaré por medio de un pasaje bíblico. ¿Recuerdas el libro de Nehemías y su narración acerca de la reconstrucción de las murallas de Jerusalén? “Los que trabajaban en la muralla y los cargadores estaban armados; con una mano trabajaban y con la otra empuñaban el arma” (1 Nehemías 4, 11). ¿Qué aplicación simbólica crees que tiene para nosotras?
Marta: Pienso que no hemos de poner toda nuestra energía en un única acción, de forma tal que olvidemos o prescindamos de algo quizás más esencial.
María: Exacto, Marta. Cuando Jesús te recriminó de aquella forma no se refería solo a aquel momento puntual, en que teniendo a Él como huésped en tu casa lo más importante era escucharle y permanecer a su lado, como tu hermana. Sino que además deseaba mostrarte la forma de vida que debías de llevar. El servicio y toda la actividad que realizas debe ser fruto del amor. Y esta es la mejor parte que tu hermana había escogido, y que no le será arrebatada.
Marta: ¿Compaginar, pues, la actividad con el amor?
María: Mejor aún: Que de la abundancia del amor que anida en tu corazón, rebose y se genere la acción. Quizás encuentres actividades que requieran de toda tu atención, pero aun en ellas encontrarás a Dios, pues por Él las realizas. Y con esas acciones estará amando a cuantos te rodean.
Marta: Entiendo, según eso, que obrando de ese modo estoy también escogiendo la “mejor parte”, al igual que mi hermana. Y que no es en la actividad común en la que hemos de unirnos, sino en el amor con que realizamos las obras. ¡Tal es, pues, la única cosa necesaria que señalaba Jesús!
María: Así es, Marta. Me alegro de que lo veas así.
Marta: Pero dime, María, ¿dónde, cuándo aprendiste tú todo esto?
María: En Nazaret, junto a mi hijo. Esa fue la escuela donde Él nos enseñó, tanto a José como a mí, a vivir sólo para el amor. Nos enseñó con su vida oculta, y más tarde con su palabra. ¿No recuerdas que dijo: “El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que es de su agrado”?