IV Domingo de Pascua: Domingo del Buen Pastor, Jornada de oración por las vocaciones. Una mirada también hacia San Isidro, uno de los patronos de la JMJ 2011, modelo de santidad en el matrimonio y en el trabajo de cada día.
Puestos en la presencia de Jesucristo resucitado, que vive en nosotros por el bautismo, le invocamos como el “Pastor y guardián de nuestras vidas”, como le llama el apóstol San Pedro en la segunda lectura de este Domingo. Me dispongo a contemplarle a Él, a meditar en los rasgos de Jesús como Buen Pastor, para que crezca mi confianza en su amor.
“Él va llamando por el nombre a sus ovejas”: Para el Señor no soy un número de una masa anónima. Tengo un nombre que Él conoce y por el que me llama. Dios cuida personalmente de mí, de nosotros, de la humanidad. No me ha dejado solo, extraviado en el universo y en una sociedad ante la cual uno se siente cada vez más desorientado. Me conoce, me quiere y se preocupa por mí. “Señor: que me sienta llamado por mi nombre en esta oración, en la Eucaristía de este Domingo”.
“Camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz”: El pastor muestra el camino correcto a quienes le están confiados. Jesús responde a mis preguntas más acuciantes: ¿Qué debo hacer para no arruinarme, para no desperdiciar mi vida con la falta de sentido? Jesús mismo es el Camino en el que aprendo a vivir. Él me enseña los mandamientos, me muestra la senda del amor hasta el final a Dios y a mis hermanos. Tengo la experiencia de que caminar con Jesús es la alegría de la vida, es acertar con el sendero justo de la felicidad interior. “¡Buen Pastor: enséñame el camino!”.
“Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”. ¡Cómo le gusta a Jesús hablar de la Vida! Él es la resurrección y la vida, Él es el Pan de la vida, Él ha venido para que tengamos vida en abundancia. No se refiere a la vida física, sino a la vida divina, capaz de traspasar las fronteras de la muerte; una vida que se alcanza mediante la fe en Él, pues el que cree en Él tiene vida eterna; una vida que consiste en conocerle y amarle y así vivir en comunión con Él. Por eso, como dice el salmo “preparas una mesa ante mí, en frente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa”. El Buen Pastor me regala su vida en el banquete de la Eucaristía: me entrega su Cuerpo en alimento y su Sangre en bebida para que tenga vida eterna, ya aquí en esta vida. “Señor, dame siempre de ese Pan”.
Pidamos al Señor que no deje de llamar a su servicio a las almas, que yo me ofrezca y colabore con mi oración y ayuda a que germinen nuevas vocaciones de entrega absoluta al Señor en su Iglesia. Así nos lo pide el Papa en su Mensaje para esta Jornada:
“El Señor no deja de llamar, en todas las edades de la vida, para compartir su misión y servir a la Iglesia en el ministerio ordenado y en la vida consagrada. Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por «otras voces» y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debería de asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones. Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al decir «sí» a Dios y a la Iglesia”.