26 mayo 2011, jueves de la quinta semana de Pascua – Puntos de oración

* Primera lectura: En esta lectura se refleja el inicio del primer concilio de la Iglesia de Cristo, el celebrado en Jerusalén entre los años 48 y 50. En él los apóstoles y responsables deliberaron sobre la conducta a observar con los paganos que accedían a la fe en Cristo, y decidieron que no se les impusiera la práctica judía de la circuncisión como signo de entrada en la Alianza o Vida en Dios, sino que quedarán libres de ese rito, sustituido por el bautismo. En este concilio de Jerusalén, Pedro y Santiago toman la palabra en favor de los nuevos cristianos en relación con la ley judaica: libertad plena ante la ley, pero evitar prácticas que resulten demasiado chocantes a los judíos. En síntesis: moderación, caridad y libertad. Nosotros aceptamos la gracia de Cristo, que nos comunica la salvación y no un precepto legal.

Fue un acontecimiento muy importante para la vida de la Iglesia, que mostró la excelencia, la sublimidad y la eficacia de la obra redentora realizada por Jesucristo. Por eso es muy significativo considerar cómo aquellos judíos tan extremadamente celosos de las prácticas judaicas cambiaron radicalmente ante la obra salvadora de Cristo.

Curiosamente en esa Asamblea de responsables fue cuando, por primera vez, se empleó en un documento eclesial este lenguaje solemne: “Nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga...” (versículo 28). Así se confesaba públicamente que el Espíritu Santo anima a la Iglesia y la guía en sus decisiones.

Este acontecimiento crucial de la época apostólica es una lección permanente para la Iglesia en el tiempo y en el espacio. Si el mensaje evangélico debe abrazar todas las culturas para que llegue a todos con eficacia la buena nueva de Jesucristo, la Iglesia entiende que para cumplir su misión no puede quedar prisionera de una cultura determinada. Por eso podríamos decir que el Vaticano II, al optar por un mayor pluralismo y por una actualización de acuerdo con los signos de los tiempos, ha tomado una decisión histórica en el campo misionero.

* Salmo responsorial: Todos somos llamados e invitados a celebrar la soberanía y la grandeza de Dios. Él nos ama a todos, sin distinción de razas ni culturas. Él nos ha creado porque nos quiere con Él, junto con su Hijo, participando de su Vida y de su Gloria eternas. Por eso alabemos y bendigamos al Señor y proclamemos sus maravillas a todos los pueblos, para que todos conozcan el amor que Él nos ofrece y para que, reconociéndolo ellos también como su Dios y Padre, junto con nosotros alcancen los bienes eternos, de los que el Señor quiere hacernos partícipes. A Él sea dado todo honor y toda gloria, ahora y por siempre.

* Evangelio: El Padre Dios ama a su Hijo porque Cristo cumple, con amor, sus mandamientos. El Hijo no rehuyó ser el Enviado del Padre para salvarnos, aún a costa de la entrega de su propia vida. Dejarse amar por Cristo trae consigo la salvación y la manifestación más grande del amor que el Padre Dios nos tiene y ser llamados a vivir en fidelidad a la Palabra que Dios ha pronunciado sobre nosotros para que, dejándonos transformar por ella, vivamos en verdad como hijos de Dios. Sólo entonces podremos decir que en verdad permanecemos en Dios, pues no nos alejaremos de Él a causa de nuestras rebeldías. Ciertamente, aunque en esta vida nos veamos acosados por tentaciones, persecuciones y dificultades, en medio de las diversas pruebas el Señor nos sostiene con la paz y la alegría, ya que Él vela y camina siempre con los nosotros. Porque Él es fiel.

Alegrémonos en el Señor, pues Él nos ha amado, nos ha perdonado nuestros pecados y nos ha hecho hijos de Dios. El Señor ha pronunciado sobre nosotros su Palabra en esta celebración del Memorial de su Misterio Pascual. Él quiere que vayamos tras sus huellas, siguiéndolo hasta entrar, junto con Él, en la gloria del Padre.

Oración final:

Dios y Padre de nuestro salvador Jesucristo, que en María, virgen santa y madre diligente, nos has dado la imagen de la Iglesia; envía tu Espíritu en ayuda de nuestra debilidad, para que perseverando en la fe crezcamos en el amor y avancemos juntos hasta la meta de la bienaventurada esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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