“Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor”. Con estas palabras del apóstol San Pedro disponemos nuestro corazón para orar, glorificando a Jesús, vivo y resucitado, que hace de nuestros corazones su morada. Hoy es domingo, el día del Señor, un día consagrado a la alabanza y al gozo: “Aclamad al Señor, tierra entera… Cantad himnos a su gloria… Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente”.
De la mesa abundante de la Palabra de Dios en este día recogemos dos reflexiones para nuestra meditación:
1) El Evangelio nos muestra a Jesús que nos ha abierto de par en par las puertas de la intimidad de Dios y nos ha introducido en la “familia” de la Trinidad. Él es el camino de la verdadera vida (Santa Teresa de Jesús) que nos ha revelado el amor de Dios. Unidos a Cristo vivimos inmersos en la presencia de un Dios que se ha entregado totalmente a cada uno de nosotros. La cercanía de Dios no puede ser mayor:
- Jesús intercede para que el Padre nos envíe el Espíritu Santo para que esté siempre con nosotros, “el Espíritu de la verdad… que vive con vosotros y está con vosotros”.
- Amar a Jesús es vivir con Él en el corazón del Padre: “Yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros”.
Pidamos que sepamos vivir en la fe estas realidades que llenan de gozo el corazón porque Jesús no ha regalado la auténtica vida: “vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo”. Benedicto XVI ha comentado estas palabras en su segundo libro sobre Jesús: “Lo característico del discípulo de Jesús es que „vive‟; que él, mucho más allá del simple existir, ha encontrado y abrazado la verdadera vida que todos andan buscando. Basándose en estos textos, los primeros cristianos se han denominado sencillamente como „los vivientes‟. Ellos habían encontrado lo que todos buscan: la vida misma, la vida plena y, por tanto, indestructible” (p. 103).
2) La segunda reflexión es consecuencia de la anterior, pues el don de la verdad y de la vida hemos recibido gratis, hemos de testimoniarla y comunicarla: “Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere”. El apóstol Pedro nos dice cómo ha de ser este testimonio:
- Con mansedumbre y respeto, pues nosotros no somos dueños de la verdad, sino que ésta nos ha sido dada. No tiene sentido la arrogancia del que se cree en posesión de la verdad ni la falta de respeto con la opinión de los demás y con su búsqueda de la verdad.
- En una “buena conducta”, que ha de confundir a los que denigran la fe. La vida es el primer testimonio y anuncio de la fe del cristiano entre los hombres.
- En el padecimiento por amor a la verdad, a imitación de Cristo, que siendo justo, padeció por nosotros.
“La ciudad se llenó de alegría”: Como Samaria recibió la alegría con la predicación del diácono Felipe, pidamos ser a lo largo de esta semana portadores de alegría para nuestros hermanos los hombres. Lo seremos si vivimos con Jesús en el corazón del Padre recibiendo la fuerza del Espíritu Santo.